Carlos Orellana
Author: Carlos Orellana
Periodista y escritor

Logotipo El mono flemáticoLa verdad que los peruanos somos recontragiles. Nos asombra que de vez en cuando la prensa descubra cucarachas, pericotes y ratas en algunos restaurantes. Por Dios, no hay ristorante, así, en italiano, que carezca de este personal, que dicho sea de paso debiera estar en planilla porque viene laborando honesta, cumplida y permanentemente desde la fundación del negocio. Si esta fauna no le ha planteado un juicio al dueño es porque no hay legislación que la ampare, y porque nuestros abogados todavía no han incursionado en ese negocio. ¿Escuchaste, Fernandito?

 

Y no es que los bogas criollos no trabajen con roedores, sino que ahora éstos abundan en la burocracia de alto vuelo, y la demanda supera la oferta. Odebrecht y su secuela han traído harta chamba.

Pero volviendo a nuestro tema, veamos dónde está el origen de este cau cau. Es ingenuo, para empezar, pedirle al dueño de un restaurante que no sea cochino. La higiene lo desincentiva; en el negocio del merco uno gana cinco veces lo invertido porque no desperdicia nada. ¿Capisce?? ¿Qué el frigorífico está lleno de moho y huele a mil diablos? ¿Qué la carne o las legumbres están podridas y apestan? ¿Y para que se ha hecho el vinagre?

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Las cámaras de TV han mostrado escenas terribles de suciedad que no son de ayer. Eso ocurre porque los inspectores del Municipio de Lima simplemente no hacen su trabajo. Habrá que botarlos a todos, empezando por su jefe, y contratar en cambio a gente como la que labora en el penal de Lurigancho. Hay que ver qué limpio e higiénico se ve ese centro de reclusión: ya quisieran los restaurantes más pintados de la Capital, esos que te agarran con garrote, tener mayólicas como las de los pequeños kitchenet de algunos internos, qué buen gusto en todo aspecto. El Ministerio de Justicia está haciendo un excelente trabajo, y desde aquí, los felicitamos.

Perdone usted, nuevamente, amable lector, la digresión, pero usted tiene que abrir los ojos y darse cuenta de los zamarros que son la mayoría de los propietarios de grandes y conocidos restaurantes. La verdad que usted y su salud le importan un carajo. Lo único que le importa es su billetera. Y por eso lo cojudean de lo lindo con la carta y sus fotos. y con el plato mismo, tan primorosamente presentado. El chef antes que cocinero es un decorador de la gran seven. Y usted, la verdad sea dicha, sabe tragar bien, pero no comer bien.

Hay que exigir que estos hijos de la guayaba, que son los inspectores, hagan su trabajo, que visiten los locales de expendio de comida cada quince días, que los restaurantes usen un vidrio para mostrar sus instalaciones culinarias, o que adquieran la sana costumbre de abrir a cuanto comensal se lo pida, su cocina. La única manera de saber que allí no se escenifica una versión criolla de Ratatouille es que usted lo confirme con sus cochinos ojos.

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