NAPOLEÓN Y LA BATALLA DE LOS CONEJOS
“El enemigo, que se contaba por miles, fue implacable, rodeó al emperador y a sus hombres quienes, tras una valiente, pero inútil defensa, se vieron finalmente obligados a emprender la retirada”.
¿Waterloo, estarán pensando? No exactamente. La derrota más humillante y menos conocida del emperador de los franceses llegó ocho años antes a manos, bueno a patas, de una implacable horda de conejos.
El extraño acontecimiento ocurrió en julio de 1807, después de que Napoleón firmara los Tratados de Tilsit, que pusieron fin a la guerra entre los imperios Francés y Ruso. Para celebrar la ocasión, el emperador propuso una cacería de conejos con sus hombres, militares veteranos todos. Siendo un hombre ocupado, puso a su jefe de personal y mano derecha, Alexandre Berthier, a cargo de la organización del evento.
Gran error.
Berthier se dispuso a recolectar conejos para la cacería, pero como no estaba acostumbrado a realizar las cosas de manera modesta, se fue un poco más allá y recolectó varios cientos de conejos, algunos afirman que hasta 3.000. En cualquier caso, era un número de conejos considerable ya que Berthier quería impresionar a su emperador.
El día del evento, los hombres de Berthier reunieron a los conejos y los colocaron en jaulas a lo largo de los límites de un campo enorme. Cuando, tras un almuerzo al aire libre, llegaron Napoleón y sus invitados, soltaron a los blandos prisioneros y se dió por iniciada la cacería.
Pero entonces sucedió algo extraño: los conejos no se alejaron corriendo asustados. Todo lo contrario: se lanzaron hacia Napoleón y sus hombres, como si se tratase de revolucionarios asaltando la Bastilla.
Inicialmente, los franceses se rieron mucho de lo absolutamente absurdo de todo, ¿quién no? Pero a medida que llegaban más y más conejos, sus risas se convirtieron en seriedad y miedo genuinos. El emperador y sus hombres, intentaron “formar cuadros” para repeler el ataque, lanzando cualquier cosa que tuvieran a mano: fustas, palos y mosquetes, pero las criaturas seguían viniendo, y viniendo, y él y sus hombres se vieron ampliamente superados en número.
Comprendiendo que era una batalla que no iba a poder ganar, Napoleón ordenó la retirada a lo que supuso sería la seguridad de sus carruajes. ¡Pero no tan rápido, monsieur! La avalancha de conejos los siguió. Según el historiador David Chandler “Con una mejor comprensión de la estrategia napoleónica que la mayoría de sus generales, la horda de conejos se dividió en dos alas y rodeó los flancos franceses dirigiéndose hacia el carruaje imperial”.
Los cocheros usaron sus látigos en un esfuerzo por detener el asalto, pero fue en vano. En poco tiempo, la horda alcanzó nuevamente al emperador y comenzó a querer trepar por sus piernas. Algunos de los conejos incluso saltaron a su carruaje según se cuenta, aunque nos resulte inverosímil esto último. El ataque terminó sólo cuando el carruaje se alejó, con Napoleón, según la tradición, arrojando conejos por las ventanas de su coche mientras se retiraba. El hombre que dominaba Europa no había sido rival para los conejos.
Entonces, se preguntarán: ¿Por qué “atacaron” los conejos? Bueno, la culpa fue de Berthier. Aunque pudo haber sido talentoso en asuntos militares, claramente era un ignorante en lo que respecta a la crianza de animales. En lugar de cazar y atrapar liebres salvajes, tomó el camino más fácil y ordenó a sus hombres que consiguieran conejos domesticados criados por granjeros en los pueblos cercanos.
El problema era que, a diferencia de los conejos salvajes que escapan instintivamente ante la aparición de alguna amenaza, los conejos de granja no temían a las personas. Por el contrario se acercan a ellas porque creen que les darán de comer. Para empeorar las cosas, probablemente Berthier no había ordenado darles de comer. Al salir de sus jaulas y ver a Napoleón y su grupo de caza, asumieron que les darían de comer, al igual que los granjeros que los criaban. Y quiénes criamos conejos sabemos que estos suelen ser bastante “avezados” con el estómago vacío llegando a mordisquear todo lo que se ponga a su alcance. Cuando notaron que esos hombres gallardamente vestidos no les traían verduras y zanahorias crujientes, bueno, los pequeños animalitos se debieron poner un poco irritados y consiguieron algo que ni austriacos, rusos y prusianos habían conseguido hasta ese momento, poner en franca retirada al Gran Corso.