Carlos Orellana
Author: Carlos Orellana
Periodista y escritor

carlos orellana

Tengo la costumbre de revisar cada cierto tiempo papeles viejos, pero también el profuso archivo de mi PC. Encontré este texto.

En 1969 ingresé a la Universidad Católica del Perú a estudiar Economía. Los militares habían reemplazado las facultades por los “programas académicos” e instaurado los “estudios generales”, de modo que me vi como estudiante del Programa Académico de Ciencias Económicas, Administrativas y Contables. El local, hoy una playa de estacionamiento, quedaba en la intersección de Miró Quesada y Abancay, a media cuadra de la Biblioteca Nacional, hecho afortunado que me permitió leer desordenadamente, pero con algún provecho, viejos diarios y revistas limeños y algunas joyas bibliográficas.

Mi vocación no era la economía y eso se vería pronto en mi bajísimo rendimiento académico. Tuve, sin embargo, compañeros brillantes, que luego fueron altos funcionarios de varios gobiernos o de importantes organismos internacionales. Me acuerdo de economistas como Liliana Rojas, Francisco Verdera, Rubén Suarez, Carlos Paredes, entre otros.

Las clases empezaron en realidad en 1970, año del terremoto que castigó gran parte de la costa central y azotó inmisericordemente a departamentos como Ancash, convirtiendo el sepultamiento de Yungay en una tragedia inenarrable. Fueron 70,000 los muertos en todo el país. Ese fue, también, el año de las lluvias torrenciales que convirtieron a Lima en una ciudad del Trópico.

El terremoto fue por la tarde, ya en la noche se sabía de la magnitud del sismo. Al día siguiente en las universidades los estudiantes formamos brigadas para ir de casa en casa y de negocio en negocio y solicitar ayuda para las víctimas. Además llegó ingente ayuda internacional. Fue en esa ocasión que los estudiantes y las estudiantes pudimos tener un mayor contacto, además del que nos proporcionaba el pertenecer a grupos o facciones políticas estudiantiles. No todos se involucraban en política, pero todos se involucraron en las brigadas de apoyo, alguna de las cuales se trasladaron a las propias zonas de desastre.

Después de esta experiencia proliferaron las parejitas. Por entonces había chicas interesantes, pero de la que varios estaban enamorados o por lo menos interesados. Había una chica encantadora que estudiaba contabilidad, de apellido húngaro: Teresa Remenyi. Era una rubiecita muy guapa y carismática, pero con un enamorado fornido y celosísimo. El programa estaba “infestado” de muchachas bonitas e inteligentes, cuyos nombres he olvidado. Una timidez algo patológica impidió que yo me emparejara con alguna de ellas. Entre las muchachas deseables no puedo olvidar a una de un par de promociones anteriores a la mía, Gladys Hoshi. De cabellera suelta y nigérrima, extrovertida, simpática y sensual, Gladys Hoshi nada tenía de nissei, salvo sus ojos chinitos.

Habían, por cierto, otros compañeros de apellidos orientales, amigos que fueron entrañables: Moromisato, Ushima, Yi. La Católica a fines de los sesentas, e inicios de los setentas, distaba mucho de ser la universidad de la pituquería, rival de San Marcos. Se había abierto a la clase media y a “todas las sangres”, de modo tal que los “blanquitos” empezaban a ser minoría.

Fue el 70 cuando la universidad que fundara el ultra reaccionario Dinthilac, para neutralizar a la “roja” San Marcos, se remeció por el triunfo del FRES en las elecciones estudiantiles; el FRES se tomó la FEPUC. ¿Qué era el FRES? El Frente Revolucionario de Estudiantes Socialista, movimiento universitario que fundara y acaudillara Javier Diez Canseco, y del que formaban parte Humberto Cabrera (más tarde connotado economista y analista político y luego asesor de la Minera Yanacocha), Francisco Verdera, Agustín Haya de la Torre, Fernando Rospigliosi (futuro ministro de Alejandro Toledo), entre otros, era la izquierda marxista.

El FRES, que básicamente era brazo estudiantil de Vanguardia Revolucionaria, importante partido de extrema izquierda de los setentas, había terminado con el predominio demo o socialcristiano. La derrota de Izquierda Universitaria, el partido de Carlos Blancas (amigo de Alan García y su ministro de Trabajo durante el primer Alanato) de José María “Chema” Salcedo (quien sería dos décadas más tarde el más popular y querido comunicador social del Perú), Guido Lombardi (quien también destacaría como periodista radial y televisivo por su agudeza e inteligencia, fino trato y don de gentes; más tarde dos veces congresista), jamás volvería a la FEPUC.

La noche de la celebración de la victoria del FEPUC fue inolvidable. Consistió en un mitin en el local de Letras de la Plaza Francia. Uno a uno fueron nombrados los íconos del marxismo-leninismo latinoamericano, desde el Ché Guevara hasta Luis de la Puente Uceda. La masa estudiantil gritaba a cada invocación !Presente! En el techo de tejados de ese local estaba sentado, solitariamente y desafiando la gravedad, en posición de yoga, un muchacho flaco, moreno, barbado y con pinta de sheik: Máximo Grillo Annunziata.

Grillo ha sido y es un personaje singular. Siempre se ha definido como un extremista. Entonces militaba en la facción más extrema de la izquierda estudiantil. Estudiaba, como yo lo haría un año más tarde, simultáneamente en La Católica y en San Marcos. En La Católica estudiaba filosofía y en San Marcos Medicina. Era uno de esos estudiantes brillantes, dueños ya de cierta erudición (podía hablar de realistas rusos con la misma soltura que de sinapsis o los presocráticos), pero excéntrico y proclive siempre a meterse en líos con las autoridades de ambas universidades por protagonizar hechos espectaculares de rebeldía. En San Marcos solo era el “Loco Grillo”, pero en La Católica, era conocido como “Napoleón”. “Napoleón” le puso color a la fiesta de la izquierda al gritar desde una peligrosa cornisa lemas revolucionarios o interrumpir a los oradores cuando le viniera en gana, pero especialmente cuando no le parecían suficientemente “revolucionarios” los nombrados. Algunos lo aplaudían, otros se reían, otros -especialmente algunas estudiantes nerviosas- le rogaban que bajara porque se podía caer y romperse el alma.

*Federación Estudiantil de la Pontificia Universidad Católica

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