Patricia Salinas Oblitas
Author: Patricia Salinas Oblitas
Periodista

Patricia Salinas

 

La primera vez que vi en persona a Huberto “Chivo” Castillo, quien ya era una leyenda, fue en 1982 en el Miss universo que se realizó en Lima. Yo apenas estaba comenzando la carrera y cubría el evento para La República, mientras que él lo hacía para el diario de Marka, el periódico de la izquierda radical, por lo que ahí, al menos al comienzo, nadie lo veía con demasiada confianza ¿qué hacía el diario de Marka cubriendo un evento de belleza? Lo más seguro era que este periodista más ligado a la política, estuviera allí para incomodar a las concursantes o a los organizadores.

No era así. El Chivo era súper respetuoso, tranquilo, la primera lección que me dio fue que no era necesario incomodar a nadie ni ser el periodista “maldito” para hacer bien tu trabajo. Él observaba todo y veía lo que nadie más veía. Te dabas cuenta al día siguiente cuando leías su nota y él describía cosas que habían estado en nuestras narices, pero que sólo él había visto.

Durante varias semanas prácticamente vivíamos en el Hotel Bolívar, donde se alojaban las concursantes de más de 60 países y se realizaban todas las actividades. Ya nos habíamos convertido casi en una familia. El Chivo tenía la capacidad de hacer sentir en confianza a todo el mundo, hasta las concursantes lo adoraban.

Un día hubo un problema, la organización había sacado del evento a una de las candidatas y nadie sabía qué había pasado y las chicas estaban encerradas en sus habitaciones. El Chivo me dijo: “Sube a preguntarles, tú puedes subir… pasas por una de las chicas…total, la candidata de Guam es más petiza que tú”. Primero pensé que era una broma, pero el Chivo hablaba en serio, me parecía imposible, pero no podía dejar de intentarlo, sobre todo porque no quería que él pensara que no me atrevía.

Se acercó conmigo hasta el ascensor donde estaba uno de los agentes de seguridad del evento, le sonreí y señalé hacia arriba. El tipo me preguntó “¿Country?” Y yo dije “Sri Lanka” y me dio el pase como si hubiera dicho una clave. Cuando estaba dentro del ascensor con el corazón latiéndome a mil, el Chivo me sonrió desde afuera y me guiñó el ojo. Pude averiguar todo, bajé y se lo conté como si fuera mi jefe y no mi “competencia”. Parecíamos dos niños que acabábamos de hacer una travesura. Cuando ya me iba, me advirtió: “Tu nota es tu testimonio, cuenta como fuiste Miss Sri Lanka por unos minutos”.

Pasaron unos años y el Chivo entró a trabajar a La República. Cuando nos encontramos, me dijo “Hola Miss Sri Lanka”. Era extraordinario tenerlo allí y poder preguntarle cosas y verlo en acción. Era verdad que escribía a máquina con todos los dedos y a una velocidad increíble. Era cierto que jamás quiso una grabadora porque prefería una libreta de notas en la que apuntaba solo palabras, lo demás lo retenía en la memoria, el mito era real. Era el mejor de todos.

Odiaba los cambios (quizás por eso nunca aceptó una grabadora) y cuando llegaron las computadoras a La República, él no quería dejar su máquina de escribir. Es más, siguió escribiendo con ella cuando ya las computadoras estaban instaladas y un día que hubo apagón, todos perdimos nuestro trabajo avanzado, menos él, que lo tenía en carillas. Entonces con una sonrisa dijo. “Ya ven, tanta modernidad no sirve”. Cuando no hubo más remedio y le cambiaron la máquina de escribir por una computadora, renegó y renegó, hasta que logró dominarla.

Era de los que terminaba más temprano, yo también. Y como vivíamos cerca, solía jalarlo en mi carro porque me encantaba que me contara todas historias que tenía para contar. Nos hicimos muy amigos y cuando nos encontramos de nuevo en el diario El Sol, esa amistad se hizo aún más fuerte.

Al comienzo, cuando recién se estaba armando el proyecto éramos muy poquitos, así que compartíamos todo. Jorge Sandoval, él y yo fuimos los encargados de preparar, tomar y calificar los exámenes para los periodistas que postulaba a este nuevo diario. Creo que entraron los mejores. No había concesiones. El Chivo podía ser todo lo buena gente que quieran, pero era exigente, muy exigente. Así que a la primera falta ortográfica o respuesta tonta, decía cosas como “No pues ¡qué barbaridad! ¿y así quiere ser periodista?”. Definitivamente, eran otros tiempos.

Ya con todo listo se le propuso ser el editor de locales “¿Yo editor? ¿Jefe? No, yo no sirvo para eso, yo soy un reportero. Yo quiero salir a la calle”, decía. Al final lo convencimos, pero su condición fue que él también saldría de comisión: “Yo no me voy a quedar todo el día en un escritorio ¿acaso soy empleado público?”.

El Sol era el sueño de cualquier periodista, pero como todo sueño, fue breve, un poco más de tres años. Se acabó con el siglo XX, el último día del 1999 y fue también el último periódico en el que el Chivo escribió. Fueron semanas en las que se mezclaba la tristeza y la alegría. El último día que lo jalé a su casa, al despedirnos me dijo: “Hasta aquí llegamos Mis Sri Lanka. Ha sido un gusto trabajar contigo”. Y yo no pude contener las lágrimas, como el día en el que me avisaron que se había ido para siempre.

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