Al asumir la presidencia del Congreso, Pedro Olaechea recordó la conocida frase de Nicolás de Piérola en la cual califica al Perú como “un país de desconcertadas gentes”. Pero hay otra que le atribuyen al mismo caudillo del partido Demócrata –dos veces presidente de la República– más radical y venenosa: “el Perú es el país de los hechos consumados”.
Ciertamente lo es. Varias veces lo he asociado a la tonada afro del “Congorito” que reza: “dicen que ya viene / no se sabe quién / todo el mundo corre, caramba / corro yo también”. Sí, la mayoría de compatriotas corre, sin saber de quién o hacia dónde. Y si se trata de patear el tablero institucional, igual lo hacen aplaudiendo a Alberto Fujimori (05-abril-1992) o a Martín Vizcarra (28-julio-2019). Los dos únicos ingenieros que nos han gobernado luego de Eduardo López de Romaña (1899-1903).
Vizcarra, claro está, no se sienta en las bayonetas ni busca perpetuarse en el poder como el exrector de La Molina. Anunció un proyecto de reforma constitucional para adelantar las elecciones generales a ser discutido en el Congreso. Proyecto donde incluso deja claro que no puede postular ni lo hará (verdadera majadería de algunos de sus críticos insistir que lo haría, pese a los constantes desmentidos). Pero también un proyecto que primero se proclamó y luego se elaboró. País de los hechos consumados.
A la fecha, sobran los análisis respecto a las reales motivaciones de Vizcarra para haber dado este paso. El paraguas más certero y referencial lo otorga un libro fresquito, recién presentado en la FIL, de Rafaella León denominado “Vizcarra. Retrato de un poder en construcción”. Desde sus líneas, resulta posible graduar a innumerables psicoanalistas o consagrar una multitud de intérpretes de la personalidad del moqueguano. Y dice León que esto le fascina al personaje central de su obra.
Hay quienes lo juzgan desprendido, inocentemente provinciano, marginal a los enjuagues capitalinos de la pugna política. Otros lo connotan como un títere del consorcio anti fujimorista, un prisionero de la insularidad por carecer de partido y bancada parlamentaria.
Me inscribo entre los que desnudan su terror al fracaso, al entender como inevitable la confrontación al Parlamento y el extravío del manejo económico del país, hoy invadido por serios indicadores de desaceleración, incertidumbre, miedo de inversionistas y consumidores. Un largo etcétera. Vizcarra sabe que al bicentenario, entregaba un país hundido en la anarquía, ascendente en sus conflictos sociales. Prefiere proyectar el misterio de lo que pudo ser mejor si el fujimorismo no lo obstruía.
Los Jorge Basadre del futuro tendrán que consignar eso: se fue para huir de una imagen presidencial incompetente y sin resultados positivos… pero con aplausos. País de los hechos consumados.