Carlos Orellana
Author: Carlos Orellana
Periodista y escritor

LogotipoPara que no le apliquen a uno la Ley como se aplica una inyección intramuscular en el poto, hay que tener en el Perú un apellido de rancio abolengo, distinguido, un apellido de plaza o de calle. Uno que le permita a usted decir “¿sabe con quién está hablando?” Si alguien se apellida Quispe, Pérez, Yamasato o Tang va jodido.

Aunque los tiempos han cambiado, no nos hemos alejado tanto del virreynato, pues nuestra república recién está aprendiendo a ser chola, inga y mandinga después de casi doscientos años de mostrarse blanca y blanquiñosa, disforzada y cojuda.

Dirán algunos, “oh, Dios eso es racismo, son complejos, es resentimiento social”. Ja, hombre, baste leer la sección llamada ‘sociales’ del diario más antiguo e importante del país para uno darse cuenta que falta mucho para que nuestra burguesía sea moderna y real, como la chilena y la colombiana. Para que tenga una idea de país, y no al país como un botín. Y no hablo de 5 o 10 años pasados, hablo de los casi doscientos que tenemos de vida independiente.

El racismo como doctrinaEntretanto vemos cada vez más cholos con plata y con camionetas 4x4, impresentables como dijo hace años una actriz pituca, irrumpir en el paisaje nacional. Es verdad que también son huachafos y tienen malos modales, pero pueden aprender porque van cuesta arriba. En cambio los otros, los pitucos desheredados van para abajo y ya no pueden aprender nada. Todo esto hace que nuestro país sea un arroz con mango, con su ajicito y su mayonesa más.

Cuando uno nace en cuna de oro y se acaba el oro, y solo queda la cuna, la necesidad de ubicar una rica ubre estatal es imperiosa. Parte de nuestra política gira en torno a esa necesidad.

Por eso durante toda su trayectoria política, la ex alcaldesa Villarán ha pretendido representar a nuestros sectores populares siendo tataranieta del fundador del Club Nacional, Gaspar de la Puente, bisnieta del rector de la Universidad de San Marcos, Luis Felipe Villarán, nieta del ministro de Augusto Leguía, Manuel Vicente Villaran, sobrina de Hernando Lavalle, candidato presidencial en 1956, sobrina de Gonzalo de la Puente Lavalle, ministro de Fernando Belaunde. Parece paradójico, pero la creme de la creme también produce ‘socialistas’. O mejor diremos social pitucos, socialistas ‘reserva especial’.

No tendrán billete los social-pitucos, pero tienen algo igualmente importante: influencias, relaciones, parientes en las alturas. Y no importa que al frente del gobierno esté alguien que por el cacharro podría ser su chofer, como Toledo, o su hombre de seguridad, como Humala: igual se zampan al Estado y no a cualquier puesto. Y es que se disfrazan de progresistas y de aliados del hombre del cambio. Y cuando se termina la fiesta, si te ví no te conozco. Y ay de si por esos vientos inesperados llega nuevamente un blanco a la casa de Pizarro (todavía es su casa, aunque ya no esté al lado su caballo) como Mr. Kuczynski. Pucha entonces arman un gabinete de la Belle Epoque, de la República Aristocrática, puro blanquito.

No pocos se preguntan por qué ha demorado tanto la acusación a la señora Villarán, por qué pruebas como el audio de Gabriel Prado no han sido expuestos mediáticamente como los de los ‘Cuellos Blancos’. Bueno, aparte de odios políticos de mucha intensidad, porque la ex alcaldesa es de ‘buena familia’. Parece cojonudo, pero no lo es. Si uno ha vivido los últimos 50 años en el Perú puede entenderlo.

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