Gladys Tejeda nos dio la primera medalla de oro en los Juegos Panamericanos que todos los peruanos hemos seguido con tanto entusiasmo. Llegó a la meta sola, literalmente sola, no solo porque le llevaba una gran ventaja a la competidora que se llevó la medalla de plata, sino porque su verdadera carrera comenzó cuando ni siquiera tenía un par de zapatillas propias. Y llegó hasta donde llegó casi sin auspiciadores.
Pero como escribió Gladys en su cuenta de Facebook “la vida siempre te da oportunidades para demostrar hechos” ¿Cómo una historia de qué estamos como ésta se puede convertir en un sketch cómico? ¿A quién se le puede ocurrir que, en medio de la alegría de este triunfo, hay lugar para el chiste y la chacota, que se pueden reír de ella exagerando sus rasgos andinos o burlándose de su forma de hablar y de su pobreza? ¿A quién? Seamos sinceros, a más de uno. A muchos peruanos que hasta ahora no se identifican con lo que nos debe llenar de orgullo, a muchos de los que manejan las marcas deportivas para quienes Gladys es invisible y claro, a algunos cómicos como Fernando Armas, quien encarnó todo eso en una imitación desafortunada en el programa Los exitosos del humor, por la cual el Ministerio de Cultura emitió un comunicado rechazando las expresiones discriminatorias vertidas en ese espacio.
“Condenamos las prácticas en las que el humor sea un pretexto para burlarse de las características físicas de cualquier persona y su pertenencia a determinado grupo étnico-cultural; pues son conductas que afectan gravemente los derechos fundamentales de todo ciudadano”, decía uno de los puntos del comunicado del Ministerio de Cultura, exhortando a los responsables a pedir disculpas públicas a nuestra campeona. Por supuesto, Fernando Armas se disculpó. Aunque al comienzo usó el clásico: “no hubo mala intención. Si te he ofendido, discúlpame”.
Y agregó cosas como “yo no tengo la culpa de parecerme un poco a ti”, aunque no explicó por qué, si sentía que había algún parecido, exageraba los rasgos hasta el ridículo y oscurecía su rostro con una base (y eso que ya había hecho una imitación anterior mucho más grotesca, como las que suele hacer de Laura Bozzo o Magaly Medina).
Sin embargo, parece que después Armas fue tomando conciencia y hasta derramó algunas lágrimas asegurando que él sabe en carne propia lo que es la discriminación, por lo cual no lo pueden acusar de racista.
Lamentablemente sí se puede ser racista siendo provinciano, cholo o negro. No nos damos cuenta, pero es un chip que tenemos instalado y que hasta ahora no termina de cambiar. Fernando ha dicho que “no era el momento” de hacer bromas de ese tipo porque Gladys Tejeda nos había llenado de orgullo. ¿O sea que si no ganaba la medalla de oro, sí estaba bien burlarse de ella? Ha dicho que nadie le reprocha la imitación que hace de Toledo porque hay una doble moral y ni él mismo entiende que la sola comparación sigue humillando a nuestra campeona. Toledo en sí mismo ya es una caricatura y merece todas las burlas que se hagan de él. Por otro lado, meterse con el poder desde el humor es un acto de valentía. Burlarse de alguien por su origen o su raza es todo lo contrario.
Creo que Armas lo entendió al final. «Lo que ha pasado me sirve, nos sirve, para saber entender el humor nacional. No podemos utilizar frases como que el peruano es ratero, o el andino es dejado o el costeño en lerdo o el negro es el vivo. Quitemos esos estigmas, seamos más respetuosos y busquemos hacer reír sin herir», declaró hace unos días.
Esa es la posición correcta. De eso se trata, de hacer reír sin reírse de nadie, sin hacer escarnio, sin humillar. Ojalá que de verdad esta llamada de atención sirva para que todos los cómicos reflexionen, para que los productores de televisión se den cuenta que siguen normalizando en casi todos los programas no solo el racismo, sino también el clasismo, el machismo, la homofobia y todas las taras de nuestra sociedad.