Mario Fernández Guevara
Author: Mario Fernández Guevara
Periodista

El supremo Augusto RoaFue casi el mediodía de ese 11 de noviembre del 2000 cuando estuve -casi una hora- frente a una de las luminarias más grandes de nuestra literatura: don Augusto Roa Bastos (Asunción 1917-2007). Había alargado sus horas de sueño porque hasta altas horas de esa madrugada había ido a saludar al arquero Chilavert en la concentración del seleccionado guaraní. Por eso cuando nos abrió la puerta en pijama y pantuflas y algo despeinado, de arranque nos recibió con un supremo humor: “Me disculparán que los reciba así pero déjenme ponerme un saco, peinarme de paso para salir bonito aunque mantendré mis pantuflas porque en las fotos casi nunca salen los pies”. 

Fue, además de bromista (“disculpe que esté un poco afónico, creo ser entendible todavía, no vaya a ser que en Lima usted escriba: Don Augusto estuvo un poco borracho, pero felizmente pudo superar su ebriedad y me contó una serie de mentiras"); un hombre sincero (“dejé la poesía por un cierto sentido de equidad literaria, me reconocí como mal poeta y me dije ‘ya somos tantos que uno más no sirve’); agradecido (“lo que hizo Chilavert de pagarme la operación sin que yo lo supiera, cuando años después al enterarme quise agradecerle no me dejó hacerlo aunque mis palabras no iban a expresar mayormente nada con respecto a la calidad del gesto de este hombre”) y, por último sentimental (“mi vida amorosa fue muy rica. Diría que es otro libro pero no secreto. Dicen que he sido mujeriego, pero hasta ahora no tengo las pruebas”).

Han trascurrido casi 19 años de aquella entrevista y parece que hubiera sido ayer. Y es que  quedaron imborrables, para siempre, la lucidez en sus expresiones, su férrea defensa de su idioma guaraní (“como lo fue y sigue siendo el quechua de los antiguos incas peruanos”) y de la azarosa vida política que le tocó vivir: 62 años de los 83 que lucía en aquel año los pasó en el exilio. Él tenía muy claros sus conceptos y los duros momentos de su vida como una película que uno nunca se cansa de ver.

Por eso, cruzando sus brazos sobre su pecho, como sintiendo algo de frío en su acogedor departamento del barrio Carmelitas como sincera confesión nos dijo: “Mi vida ha sido agitada, como la de mayor parte de la gente. No puedo decir que esté satisfecho, pero sí creo que tengo una vida cumplida. Mi único es tratar de verla con una filosofía de tolerancia, Vengo de un hogar humilde, del interior del país (Iturbi), de gente trabajadora, de plantaciones de azúcar, lo que influyó para que mi vida se viera rodeada de una lucha permanente; los que tienen poder y dinero no son generosos”.

“A veces me parece que he vivido en un país soñado porque fueron tantas las desdichas que tengo la impresión de que estoy en un país extinto. Soy adversario de una mala política porque es el peor veneno que se puede dar a los habitantes de un país. Pude haber sido una persona indeseable, seguramente porque no he reunido las condiciones necesarias para ser una persona respetable, pero nunca fui un mal político ni un gobernante de mala estofa".

Y continuó: “Soy muy contrario a los absolutismos en el poder, a esa especie de supremacía que tratan de tener ciertos gobiernos, tanto militares como militares y que no han hecho mucho por rescatarnos de esta especie de cultura condenada. Siempre hubo un sentido de injusticia, el hombre de este mundo busca la integridad de su vida, de su hábitat, de su conciencia…”

Como mirando el futuro de nuestros países, como el Perú, agregó: “Toda mi vida rechacé la inoperancia del lamento porque el hombre tiene una responsabilidad, no solamente individual sino colectiva; debe saber soportar sus males y perfeccionarse humanamente. En eso estamos en Paraguay, en deuda con nuestro propio destino”.

Don Augusto no dejó de tocar el tema de la juventud por la que se mostró tan esperanzado en estas horas de injusticia ante gobernantes más deseosos de llenarse los bolsillos antes de servir a quienes los eligieron. “Conozco a la gente de mi país, a sus jóvenes y de otros países también como el Perú y estoy confiado y hasta esperanzado en que tendrán un futuro que merecen. Le diré que soy irremediablemente optimista…”

Con el laureado escritor paraguayo algunas de cuyas obras no solo fueron llevadas al cine sino que se tradujeron en más de 25 idiomas, el tema de la literatura peruana no podía estar ausente y así la definió: “Soy y seré un amante de su literatura. Tengo mi predilecto y es César Vallejo. Con Vallejo hubo un descubrimiento de la verdadera poseía salida de la entraña misma de la realidad de sus país. Su poesía es como un sueño de palabras expresando una realidad concreta y dura, como es la presencia de nuestros pueblos”. Continuó: “Vallejo representó para mí al poeta verdadero, al poeta que hace de sus sufrimiento un tema de esperanza, A sus actuales literatos los conozco menos pero eso sí la literatura peruana es una expresión bastante diferente al resto del continente por factores de tipo endógeno”.

El lenguaje de nuestros pueblos no dejó de tocarlo. “El guaraní forma parte inseparable de la  cultura paraguaya. Es su característica definitoria como pocos países la tienen, como el Perú que tiene el quechua y el aimara. Bolivia en igual sentido. Son idiomas que dan rasgos de identidad más definidos.

Cuando le preguntamos por qué dejó la poseía, don Augusto respondió: “Dejé la poseía por un cierto sentido de equidad literaria. Me reconocía como un mal poeta y me dije a mí mismo ‘ya somos tantos que uno más no sirve’ y entonces cambié a la prosa. Me volqué hacia el ensayo de carácter social, reflexivo, histórico y… también al teatro.

Tocando el tema del fútbol del que llegó a jugar aunque luego se retiró cuando le fracturaron el tobillo (“fue un aviso de que realmente no servía para el asunto”), nos confió que llegó a conocer a Arsenio Erico, el famoso futbolista compatriota suyo. “Fue un personaje interesante como me imagino lo fue Lolo Fernández entre ustedes"

Diecinueve años se van a cumplir de aquél inolvidable encuentro. Diecinueve años de este Siglo XXI. Por eso cuando don Augusto estampó su dedicatoria en su obra “Yo el Supremo”, al colocar el año 2000, arqueó su vista y me dijo: “Un siglo más, me parece un invento”.

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