Maritza Espinoza Huerta
Author: Maritza Espinoza Huerta
Periodista

Indignas sucesoras¿Se acuerdan de las Martuchas de Fujimori en los noventa? Sí, esa trinidad conformada por mujeres fujimoristas cuya característica más saltante era su cerril incondicionalidad hacia el dictador hoy preso, tanta que, cada vez que abrían la boca, nos hacían escarapelar el cuerpo, el alma y hasta el yo energético de tan alucinantes argumentos que esgrimían para defender lo indefendible: que aquello era una dictadura, que a su amparo se cometían crímenes horrendos y que había una asociación siniestra entre el tipo que detentaba el título de presidente y un personaje en la sombra llamado Vladimiro Montesinos.

Bueno, pues. Ahora resulta que esas damas, a pesar de sus otrora indignantes posiciones (la Chávez se hizo famosa cuando deslizó la posibilidad de que una víctima de torturas podía haberse “autotorturado”; la Hildebrandt solía destrozar a cualquiera que usase mal el español, salvo su presidente, que agarraba a patadas el idioma de Cervantes cada que masticaba un discurso; y la Salgado quedó grabada para la posteridad tomándose un juguito de papaya y despotricando de la oposición en la Salita del SIN), son unas luminarias intelectuales, unas insignes demócratas, unas adalides del diálogo y la concertación, comparadas con quienes, veinte años después, han venido a sucederlas como las caras femeninas del fujimorismo en el Congreso.

Facha y todo, Martha Chávez solía tener un discurso (facho) coherente y sus opiniones (fachas) podían ser francamente repelentes, pero se cuidaba, por lo menos, de tener un sustento legalista que, de vez en cuando, desarmaba a sus interlocutores. ¿Se imaginan cómo temblará la pobre cada vez que alguien le recuerda que, muy oronda en su curul, ahora reposa las posaderas, digamos, doña Rosa Bartra? Sí, la misma doña, abogada y farmacéutica, que puede soltar, sin pestañear, afirmaciones como aquella de que “per se, los actos legales son actos éticos”, cuando hasta el estudiante más torpe de primero de Derecho sabe que la ética y el derecho son dos cosas que no necesariamente confluyen.

Ni qué decir de lo que pensaría doña Martha Hildebrandt, destacada lingüista y mujer cultísima (lo de Fujimorista se lo perdonamos los peruanos hace tiempo), cada vez que doña Tamar Arimborgo, dizque abogada y educadora, dice cosas como que el sexo está hecho sólo para procrear y no para el placer, o asegura, poniendo los ojos en blanco, al borde del paroxismo, que el Ministerio de Educación es Sodoma y Gomorra, sólo por enumerar un par de sus más recientes disparates.

Y, claro, Luz Salgado, que, con todos sus defectos y computadoras sobrevaluadas, es una de las pocas fujimoristas que alguna vez le ha apostado al diálogo con otras fuerzas políticas, debe haber querido esconderse debajo de su escritorio (es la única de las Martuchas que aún sobrevive en el Congreso) cuando Yeni “Yayita” Vilcatoma caía en lo más bajo de la chismografía barata amenazando al presidente Vizcarra con hacer público lo que llamó “El Caso Yahaira”, dejando abiertas todas las especulaciones posibles y revelando, de paso, su entraña mafiosa.

El fujimorismo ha demostrado a lo largo de su historia que siempre puede involucionar y mostrarnos un rostro peor que el anterior. Nunca imaginé, sin embargo, que un día iba a escribir una columna añorando a las tres tristes Martuchas, encontrándoles méritos o pensando que eran preferibles a las estrafalarias mujercitas que hoy ocupan sus lugares.

¿De quién es la culpa? Bueno, sí, de Keiko Fujimori, que, en su última campaña, decidió esconder en el clóset todo aquello que oliera a viejo fujimorismo y reclutar rostros desconocidos sin ningún filtro más que el dinero que podían aportar para sus ubicaciones en la lista parlamentaria de Fuerza Popular, pero también de los electores, que votaron por ellas sin analizar un instante de quiénes se trataba.

Solo por eso, le perdonamos a Martín Vizcarra que no cierre el Congrezoo. Si lo hiciera, estas impresentables señoras tendrían la posibilidad de tentar un nuevo período parlamentario el 2021, porque el de ahora quedaría trunco y vendría uno intermedio y breve: el del Congreso que debería elegirse para terminar este período. Claro, usted dirá que sería imposible que alguien las reeligiera, pero, no nos engañemos, los peruanos somos tan despistados que podríamos terminar eligiendo a Laura Bozzo, si viene bien empacadita y con su táper respectivo.

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