Si la cordura fuera mayoritaria, los congresistas que decidieran reconstruir al Congreso, como institución política peruana, debieran pensar muy bien con quienes hacer alianzas y por quien votar.
En lo práctico, bien se sabe por qué se dio la tiranía, en un primer momento, y cómo objetivos ajenos al desempeño del Congreso, determinaron acciones diarias y campañas sostenidas, en contra de quienes se deseaba golpear o someter.
Posteriormente, las acciones legales contra la líder de la oposición, generaron ataques a la fiscalía y una segunda asonada de medidas de búsqueda de influencias, determinar las elecciones de amigos y ganar contactos para determinar pronunciamientos amigables.
Ya comprometidas las amistades y luego de resquebrajada la unidad interna, gracias a los abusos, para conservar la mayoría, se procedió a eliminar rivales, revelados actos delincuenciales en las instituciones y el mismo congreso, se blindó delincuentes y se desdibujó totalmente al Congreso, con el objetivo de conservar la mayoría de los votos y por asuntos extraños a las tareas congresales.
El Congreso hoy es una institución atrofiada, desprestigiada, tenebrosa y que sobrevive penosamente sin obrar conforme a sus funciones, integrada por personas que están entre las peor consideradas y que, por avergonzarnos a muchos, la ciudadanía en general pide a gritos su cierre.
Elegir a un presidente, en estas circunstancias, supone reconocer a un líder y sus capacidades. No se busca belicosidad ni capacidades para la amenaza ni el insulto ni el defender sinrazones ni obrar ciegamente destruyendo a la institución que les cobija.
La lucha contra la corrupción, hoy como nunca, ha despertado en la conciencia de la mayoría de peruanos y es una demanda permanente. No puede llegar al Congreso, alguien que bombardee los esfuerzos de policías, fiscales y jueces valientes que constituyen ahora el mejor rostro del ajuste de cuentas con los corruptos.
Quien encabece al Congreso, debe tener suficiente inteligencia para dialogar y fuerza como para cumplir los grandes objetivos que corresponden: tal como fiscalizar al ejecutivo o colaborar con él, cuando ella sea lo aconsejable en bien del país.
Quien sea el nuevo presidente, debe tener suficiente reconocimiento y buena conducta para que cuando le escarben su historia, por no seguir las consignas que le quieran imponer los que perdieron la mayoría, pueda sostener su presidencia sin problemas y liderar al Congreso, en sus tareas reales.