Sin cartas de amor, el mundo y todo el universo se convertirían en un absoluto disparate. Y por eso, cercano al día de San Valentín, publico las que se intercambiaron entre César Vallejo y María Sandoval en Trujillo.
Al finalizar la segunda década del siglo XX, los titulares de los diarios daban noticias de la Gran Guerra que fulguraba con luz sangrienta en Europa y parecía a punto de envolver al mundo.
Ese fue el tiempo en que se conocieron César y María. Un diario de la joven que nos fuera entregado noventa años después nos muestra un retrato de la primera musa del poeta, en el que ella misma se describe. He preferido mostrar algunas de las misivas que intercambiaron los enamorados.
¿Por qué incluyo estas cartas en esta nota? Cuando me las entregó Teodoro Rivero Ayllón, me sentí sobrecogido. No se habían publicado antes ni lo serían después.
Para mí, fueron el impulso final que me animó a publicar “Vallejo en los infiernos”, la primera novela biográfica sobre el poeta. Quizás ese libro vale más por esos textos.
A veces, Vallejo se detenía junto a una ventana cerrada en la esquina entre las calles Zepita y Orbegoso. Allí fingía leer. En realidad, estaba hablando en secreto con la joven que estaba dentro de la casa.
Otros días, se escribían. Depositaban sus cartas entre el follaje de uno de los árboles del parque de Santa Ana de Trujillo.
“18 de febrero de 1916 (2 p.m.)
César, mi amor: Hoy te envío dos pétalos del humilde geranio que vive en la iglesia frente a mi ventana. Pronto cambiarán de color, y cuando ello ocurra estallará el milagro. El jardín entero hablará, y ya no será posible que te resistas ante las fuerzas misteriosas que nos han juntado y entreverado en esta vida.
¿Y las hojas que te envié el mes pasado? ¿Qué te dicen?”.
“12 de marzo de 1916 (casi medianoche): Marimarimari: Hoy, según el úkase de tus tíos, no es día de verte, pero nos veremos cuando ya sea la medianoche. Entonces, yo te hablaré desde aquí lejos y tú me escucharás aunque ya estés durmiendo. En eso hemos quedado, ¿no es así?
Bueno, me he pasado el tiempo esperando a que llegara la medianoche para estar contigo, y ya es la hora, y ya me sientes. Me sientes y estamos juntos y para siempre se abre para nosotros la vida.
Tú lo sabes porque me recibes cada día y porque, a nuestra hora, la tierra gira al revés, el tiempo se desboca, el mar se olvida de vivir y las estrellas se pierden para siempre, y nosotros ni nos enteramos porque al fin estamos juntos.
¿Sabes lo que es una pasión? Esta lo es y significa estar juntos, aunque no estemos juntos y hacer y vivir el amor todo el tiempo hasta que el tiempo se desboque y las estrellas corran como locas a buscarnos.
Tú lo sabes, y ya sabes lo que te espera. César, por supuesto”.
“3 de abril de 1916 (mediodía): María, marimarimarimariflaquísima: Había neblina esta mañana y era tan densa que, sinceramente, no sé si llegué al colegio donde trabajo montado sobre una nube o sobre un camino. O tal vez nunca sabré si de veras llegué y si había un camino. Quizás se lo comió la tristeza. César, el de siempre”.
Aquello se convirtió en una considerable colección de breves cartas que María guardaba celosamente en su oficina. Entre sus papeles, se conservarían también páginas de su diario escritas antes y después de conocer al poeta. Un día, de súbito, la comunicación terminó.
Río arriba y río abajo, no se volvieron a ver.
Los papeles se borraron como suele ocurrir con las cartas de amor, pero vuelven a aparecerse cuando ha pasado un siglo y el día de San Valentín está cerca.