Es muy difícil expresar una reflexión en este momento y bien entiendo que ha de ser difícil leerla o escucharla, puesto que, para realizarla de modo integral, habría que decir también cosas que no serían simpáticas.
Ahora y en los cercanos días, considero que, por respeto al dolor de los hijos del señor García, objetiva y necesariamente los más afectados, lo digo porque perdí a mi padre a los 16 años, debo guardar para después mis opiniones y juicios.
Deploro, eso sí, tanto los ataques que lo denigran, en el momento de su trágica muerte, como las provocaciones de quienes pretendiendo endiosarlo o colocarlo en el panteón de los héroes o mártires, devienen a provocar la reacción de los primeros.
Apena también, que se pretenda utilizar el suceso para atacar a las autoridades, a pesar de la contradicción de pretender encontrar como responsables del mismo hecho, a fiscales o a policías o presentarlo, a la vez, como una decisión libérrima del fallecido.
Peor aún, pretender, además, un responsable político e iniciar una campaña, pidiendo la renuncia del Ministro del interior, como un segundo tiempo, de lo que ya antes no se pudo lograr, mediante la atribución de un presunto chuponeo.
Pésimo el faltamiento de respeto a los fiscales y el tratar de terminar abruptamente, con la diligencia que desarrollaban por mandato judicial, a pesar de conocerse que el ex presidente, no es el único investigado y que, respecto de él, solo deberá ser archivada, procesalmente, en su momento oportuno.
No es lógico y razonable pedir a unos, mesura y el enterrar los odios entre peruanos, mientras que a los propios se les azuza y solivianta, para enfrentar presuntos fascismos, arbitrariedades y hasta un posible “cuasi asesinato”.
Hace tiempo, ya se sabía que el expresidente estaba muy afectado por el avance de las investigaciones en su contra, y sabedores de ello, por conocerle personalmente, sus más cercanos copartidarios, eran los llamados a tratar de permanecer muy cerca de él, para evitar el hecho que finalmente ocurrió.
