Eduardo González Viaña
Author: Eduardo González Viaña
Periodista, escritor y docente universitario.

Rita y César AbrahamELLA DIJO: -Mis padres fueron a Trujillo hace seis meses y me preguntaron si continuábamos viéndonos. Les pregunté que cómo podíamos hacerlo. Ellos se quedaron mirando y prefirieron no responder como para no darme ideas.

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-Pero si nunca hemos estado tan cerca. Si es la primera vez en la vida.

-En esta vida. ¿Crees que habrá otra?

-No sé.

-Siguieron preguntándome y yo les respondía siempre con la pregunta de qué cosa podríamos hacer para vernos. Tal vez fueron ellos los que me dieron la idea de todo lo que estamos haciendo.

-Dijiste que lo estamos haciendo. ¿Estás segura?

-¿Y tú estás seguro?

ÉL CERRÓ LOS OJOS. Se llevó ambas manos a la cara. Repitió la pregunta.

-¿Les dijiste algo?

-¿Qué podría decirles?

-No sé. Algo.

-Les dije que éramos amantes.

César Abraham sonrió. Nunca habían estado a una distancia más corta que dos o tres metros. No se habían conocido, sino en sueños… hasta ahora.

-A lo mejor dije la verdad. A lo mejor vamos a serlo toda la vida… en la otra vida.

-¿Y tu padre? ¿Qué dijo tu padre?

-Me miró.

-¿Cuándo fue eso?

-Ellos llegaron de Santiago y fueron al colegio. Conversaron con la madre superiora y le dijeron que tenían mucho que hablar conmigo y también con ella.

-¿Y POR QUÉ NO ME LO DIJISTE? —preguntó Vallejo, y unos segundos más tarde advirtió que eso era imposible.

-¿Por qué les dijiste lo que todavía no éramos? —cambió la pregunta.

-No sé. Fue la arrogancia de mis padres. Me dolió.

Ella volvió a mirar el café. Él no había levantado los ojos todo el tiempo. Tan solo había movido los hombros cuando hablaba.

-No llores, Rita. Por favor, no llores.

-Hablaremos de eso después. Déjame que te arregle el pelo —Rita comenzó a mesar la melena de César mientras sonreía.

-No, este mundo no está hecho para nosotros. No, mi querido Beethoven. ¡No, no, no!… Te lo repito. Nosotros y estos días somos solamente un recuerdo.

-Son días maravillosos.

-Milagrosos, eso es lo que son. Los recuerdos son siempre milagrosos.

MIENTRAS HABLABA, no estaba segura si sonreía o lloraba. De todas maneras, sacó un pañuelo y se secó los ojos.

-Solo nos quedan estas horas. Estaba escrito que nos veríamos durante cuarenta y ocho horas. Digo… es como si estuviera escrito.

-¿Estás seguro de que nos estamos viendo?

-Tú dices que estaba escrito.

-En un libro —exclamó ella y repitió:

-Estaba escrito o estará escrito.

VOLVIERON A LA HABITACIÓN. Dormirían a ratos.

-¿Sabes? Te he visto en un extraño sueño.

-¿Y esto no es también un sueño?

-En ese sueño, tú estabas muerto, rodeado por gente extraña. No se veía tu mirada brillante. No estaba más sobre el planeta

-¿Sí?

-Creo que ha sido cuando ya se estaba terminando la noche que te vi. Todo el mundo estaba llorando. Las monjas de mi colegio rezaban, rezaban y rezaban. Tu madre lloraba desde el cielo. También lloraba yo y gritaba que me iba contigo en el tren.

DOLÍA EL SOL. Volvieron al hotel, y se abrazaron como si estuvieran intentando formar un rompecabezas. Querían dormir para no despertarse más.

La última conversación entre ellos fue la siguiente:

-¿Crees que nos consideran amantes?

-¿Acaso no lo somos?

-Digo. Desde siempre, desde antes de antes.

Tal vez esta conversación discurrió en la noche. Tal vez ella cerró los ojos y él le aconsejó:

-¡Duérmete!

Ella volvió a soñar con él, y entre sueños preguntó:

-¿Crees que nos consideran criminales?

-¿No lo somos?

-¿Cuánto tiempo te gustaría dormir?

-Mil años por lo menos. Duérmete.

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