José Vargas Sifuentes

Uno de los acontecimientos de la conquista del Perú del cual se carece de documentación fidedigna es el proceso que se le siguió al Inca Atahualpa, previo a su ejecución la noche del 26 de julio de 1533, ocho meses y diez días después de su captura por Pizarro y sus huestes el 16 de noviembre de 1532.

Se dice que su detención tornó espinosa la situación de los españoles en Cajamarca, especialmente por la gente que había llegado con Almagro, ansiosa por entrar en acción y marchar hacia el sur, a los territorios aún desconocidos.

El carácter del Inca y su digno comportamiento hicieron que muchos de los capitanes de Pizarro tomaran partido por su persona, entre ellos Hernando Pizarro y Hernando de Soto, que se oponían tenazmente a darle muerte.

En especial, se resalta la amistad que trabó el primero con el Inca, y que De Soto quería que Atahualpa fuera llevado a España. Pero los más deseaban su eliminación, entre ellos Almagro y los suyos, el cura Vicente de Valverde (escandalizado por los ‘pecados’ del Inca) y el tesorero Alonso de Riquelme.

A estos últimos se sumaría el el intérprete Felipillo, que puso sus ojos en una de las concubinas de Atahualpa, Curi Rimay Ocllo, y atrajo la ira del Inca. El intérprete se vengó de este transmitiendo noticias alarmantes, diciendo que preparaba su fuga en connivencia con sus generales, y planeaba la muerte de todos los españoles.

Pizarro planeó la forma de deshacerse de los defensores de Atahualpa, al que en ningún momento tenía la intención de dejar libre. Comisionó a su hermano Hernando para que llevara el quinto real a España; y envió a De Soto con una fuerte dotación a Huamachuco para comprobar si los indios se hallaban en pie de guerra, según las denuncias vertidas contra el Inca. Tras ello, ordenó procesarlo y así justificar la sentencia de muerte que le tenía reservada.

El tribunal que juzgó a Atahualpa fue un consejo de guerra presidido por el mismo Pizarro e integrado por un ‘doctor’ no identificado y un escribano (quizás Pedro Sancho de la Hoz). También los habrían conformado el tesorero Riquelme, el alcalde mayor Juan de Porras, el cura Valverde y los capitanes Diego de Almagro, Pedro de Candia, Juan Pizarro y Cristóbal de Mena. También se nombraron un fiscal y un defensor del reo y se citaron diez testigos. El juicio fue sumario, se inició el 25 de julio de 1533 y culminó al amanecer siguiente. Se dice que las respuestas del Inca y las declaraciones de los testigos debieron ser amañadas y modificadas por Felipillo, quien así remataba su venganza contra el Inca.

Vargas Ugarte dice que sobre el proceso “no conocemos ni ha llegado a nuestras manos, y por lo tanto, sobre el mismo no existen sino conjeturas”. Agrega que las preguntas del proceso mencionadas en la Historia General del Perú de Garcilaso de la Vega “fueron un amaño del Inca Historiador, bastante propenso a tejer estas marañas, o bien se las sugirió a él o a alguno de los cronistas de entonces los ‘partidarios’ de Huáscar en el Cusco que veían en Atahualpa a un usurpador sanguinario”.

El historiador José Antonio del Busto considera que esas preguntas merecen alguna credibilidad, y transcribe algunas de ellas citadas por Garcilaso: “¿Qué mujeres había tenido Huayna Cápac? ¿Tuvo otros hijos fuera de los citados? ¿Huáscar era hijo legítimo y Atahualpa bastardo? ¿Cómo había llegado Atahualpa a adueñarse del Imperio? ¿Fue Huáscar declarado heredero de su padre o lo destituyó este? ¿Cuándo y cómo tuvo lugar la muerte de Huáscar? ¿Atahualpa forzaba a sus súbditos a sacrificar a sus dioses mujeres y niños? ¿Hallándose preso, dio órdenes para que se diese muerte a los españoles?”, etc.

Al final, Atahualpa fue hallado culpable de idolatría, herejía, regicidio, traición, fratricidio, poligamia e incesto y condenado a morir quemado en la hoguera. La sentencia se dio el 26 de julio y para ese mismo día se programó su ejecución.

Sobre las 7 de la noche lo sacaron de sus aposentos para conducirlo a la plaza. Al preguntar que por qué le iban a matar, le dijeron que por haber mandado su ejército sobre Cajamarca. Dijo que ese era ejército de su hermano Huáscar, integrado por enemigos suyos, pero no le creyeron.

En el lugar de ejecución se le ofreció ser quemado vivo o convertirse al cristianismo y ser estrangulado. Él eligió lo segundo, y antes de ser ejecutado fue bautizado con el nombre cristiano de Francisco.

Cuentan que el curtido Pizarro rompió a llorar por tener que ordenar la ejecución de aquel hombre que había llegado a ser su amigo.

JOSÉ LUIS VARGAS SIFUENTES

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