Rafo León
Author: Rafo León
Periodista

Cuatro estacionesAlgo bueno nos trae el calentamiento global a los limeños y es que por fin tenemos cuatro estaciones en el año bien diferenciadas. Hasta hace un tiempo el mogoso verano se extendía con su sopor húmedo hasta fines de abril o mayo. No había manera de saber en qué momento del mundo estábamos viviendo, fuera de las gripes advertidas por las abuelas, “cuidado con los cambios de clima, no te vayas a enfriar”.

El otoño, cuando se daba, no duraba más de dos o tres semanas, las pocas en las que la ciudad se me presentaba luminosa gracias al sol seco y definido que solía ponerse con espectáculo, como para ir a verlo desde el malecón.

Y luego, el célebre invierno limeño, el que espantó a Melville, deprimió a Humboldt y desconcertó a Darwin. El cliché del cielo color panza de burro. Sin embargo recién desde ayer podemos decir que tenemos un invierno como se debe. Antes de que se declarara oficialmente el calentamiento global teníamos un largo momento con olor a calzón de monja, como yo mismo escribí alguna vez, cinco o seis meses densos pero no tan fríos como para cambiar tus hábitos cotidianos, y si de algo sirven las estaciones del año es precisamente para marcar ciclos en tu vida, prendas que se guardan, otras salen, la piel se transforma, el pelo igual, y el ánimo.

Yo recuerdo cuando era niño, y escribo sobre hace más de sesenta años, probablemente por algún trastorno climático teníamos inviernos bravos. En Miraflores la cosa era de alarma, para ir al colegio mi madre nos ponía dentro de los zapatos, papel periódico doblado porque se nos mojaban las medias y los pies de solo caminar. Pero luego se estableció esa gelatinosa indiferenciación entre estaciones que recién ahora cambia, para mi placer.

Hemos tenido un varano extremadamente caluroso, un otoño suave y pintón y ahora llegó el invierno con garúas que duran a veces el día entero. Esperemos que hacia setiembre venga la primavera, la boba primavera de Lima que es bonita, otra vez el sol tibio nos convoca y en algunas zonas donde hay jardines vemos aparecer el cliché de esa estación, las flores, las hojas brillantes, las aves más activas que lo habitual.

No sé si me gusta el clima de Lima pero sí le reconozco ventajas. En las ciudades del hemisferio norte en invierno para salir de tu casa a la calle tienes que ponerte ropa interior especial, prendas de lana gruesa (ahora de polar, tan feo), abrigo, bufanda, gorro de lana, doble media, botas y eventualmente orejeras. El problema es que llegas a tu destino, el departamento de unos amigos, un bar, un cuarto de hotel, y la calefacción (que en algunos lugares convierte las habitaciones en hornos irrespirables), te obliga a sacarte casi todo lo que te colocaste encima. Y si hablamos de ciudades como París, Barcelona o Roma, los espacios interiores son muy reducidos y en ese plan terminan pareciendo depósitos de ropa usada que te impide moverte.

Y los veranos, en fin, en Sevilla, en Florencia, en Berlín, irrespirables, resecos, polvorientos, agresivos, paralizantes. Salvan el año el otoño y la primavera. En Lima en cambio no tienes que instalar aire acondicionado, tampoco calefacción. Y en cuanto a la ropa, es casi la misma solo que con una ayuda para cuando enfría, o bueno, ahora que se ha impuesto del todo la moda de los bermudas, calzarte alguno desde enero hasta abril.

Pero ahí estamos. Pareciera que tener estaciones definidas es un signo civilizatorio, de tránsito al Primer Mundo. Espero que sea así y que el siguiente cambio se lleve de una vez y para siempre a Becerril, Bartra, Letona, Vilcatoma, Galarreta, Chacón, etc.

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