Edwin Sarmiento
Author: Edwin Sarmiento
Periodista y docente universitario

noticia 1556855625 alan garcia-- ¡Fuera, fuera!— rugió con toda su humanidad, Alan García. Entonces, él era presidente de la República del Perú. Estaba fuera de sí y gritaba sin cesar. Sus ojos, llenos de ira, atravesaron como un puñal el corazón del general Edwin Donayre. Entonces, él era Comandante General del Ejército. Hacía apenas tres minutos que habían tenido un altercado en el despacho presidencial. Los dos solitos, con el pabellón nacional como fondo. A esa hora, los turistas paseaban por la Plaza de Armas de Lima y la guardia de seguridad  de Palacio, se aprestaba a tomar su emplazamiento. Y tres cuadras más arriba, el tránsito se embotellaba por la Av. Abancay.

¿Qué había ocurrido? El día anterior habían subido a You Tube un video, grabado hace dos años, de una reunión privada entre ayacuchanos, en Arequipa, en el que se veía al general Donayre decir que nadie entraba al Perú si la patria no lo autorizaba. Luego remataba con estas ilustres palabras, dirigida, según él, a la clase política chilena: “Y si entra, sale en cajón y si no hay suficientes cajones, salen en bolsas”. Tan simple como eso. Entonces, ardió Troya. Se levantaron olas de protesta chilena. La presidenta Michelle Bachelet llamó al presidente García y él llamó a Donayre a palacio para crucificarlo.

-- ¡Cómo dijo eso!—bramó el mandatario al tenerlo al general a tan solo medio metro, frente a él.

-- ¿Y?—respondió Donayre, nervioso como estaba

-- ¿Cómo?— García no salía de su asombro

--¿Y?—volvió a musitar el general

-- No sea malcriado, oiga usted—amenazó el presidente, llevándose el pelo con fuerza hacia atrás.

-- ¿Y?—repitió el militar, sin evitar un rictus en el rostro que parecía cachita. Vea, señor presidente, dice que dijo Donayre, con pose militar: nadie quiere la guerra, porque trae sufrimiento, sangre, dolor, lágrimas. Pero si viene, tampoco la vamos a rehuir.

-- ¿Está usted loco?—gritó, nuevamente, García.

-- Aquí hay un dicho, prosiguió el general: la guerra es un absurdo, pero rehuirla por alguna razón frente al agresor, es una cobardía. Entonces, la guerra es justa. Y la espada se saca ante el agresor, cuando pretende atropellar nuestros derechos. El sacerdote implora a Dios, el diplomático, conversa y yo, como soldado, tratándose de Chile, primero disparo, después pregunto.

El presidente no lo podía creer. Tenía frente a él a un hombre de tamaño normal, sin barriga, sonriente y con gorra de general con tres estrellas. Le parecía sublevante su figura. Y peor aún, escucharlo decir irreverencias con voz aguda y dejo andino, de las alturas de Ayacucho, sin tener en cuenta para nada que estaba dañando la susceptibilidad de su ego colosal, qué se habrá creído este militar, atreverse a hablarle en voz alta a él, presidente de todos los peruanos. García se puso de pie y señalando con el índice izquierdo la puerta, gritó: ¡fuera! El general levantó la mirada hacia el cielo y vio el rostro del presidente encendido, a punto de estallar. Retrocedió sin dejar de mirarlo y al llegar a la puerta, antes de salir, le apunto con el dedo y le gritó, como gritaba de muchacho para defenderse: ¡Yankatak, yankatak! Que en buen romance quiere decir ¡cuidado!, ¡cuidado! ¡No te metas conmigo!

El presidente, que no sabía quechua, lo tomó como un conjuro, una brujería, un hechizo que habría de pasarle la factura años después, porque en las encuestas, lejos de subir, bajaba en extremo, dañando su ego colosal. Tuvo que enviar a su mejor amigo, el ministro Hernán Garrido Lecca, para pedirle al general, ya en retiro, que le levante el conjuro. Donayre dice que le dio pena y le respondió que no se preocupe, que todo estaba en el olvido. “Cosa curiosa, después volvió a subir en las encuestas”, señaló sonriente. Todo lo contará en el libro que prepara: “Memorias de un soldado”.

El general es hoy congresista por Ayacucho, su tierra natal. Él fue hijo de un hacendado y de una profesora, dedicada a alfabetizar campesinas ya adultas, por los pueblos cercanos a Huamanga. Recuerda, con el mejor de sus recuerdos, su infancia, marcada por la libertad de jugar en el campo, juntar el ganado, trotar a caballo, y compartir alegrías con otros niños, hijos de los campesinos que trabajaban la hacienda.

En vacaciones volaba de Huamanga a la hacienda Totorobamba, a muchos kilómetros de la ciudad, hoy en la vía Los Libertadores. Allí pasó los mejores años de su agitada vida. Quiso ser cura, mientras estudiaba en el Colegio Salesiano San Juan Bosco. Hasta que se peleó con el sacerdote que era su tutor y una mañana trepó las paredes del colegio y saltó a la calle, para no regresar más. Su madre tuvo que acogerlo en la hacienda, mientras le buscaba otro colegio.

Más tarde ingresó a la Universidad San Cristóbal de Huamanga, porque deseaba ser ingeniero químico. Por conflictos estudiantiles, las autoridades recesaron la universidad y él cree que Dios le mandó una señal para salir de Ayacucho y buscar nuevos rumbos. Así fue cómo ingresó, asustado, a la Escuela Militar de Chorrillos y al año fue becado para seguir estudios en la Escuela Militar de Argentina, donde terminó como espada de honor. 

 

(Versión resumida de lo publicado en el semanario SUCESOS, el 19 de junio de 2017)

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