Horacio Gago Prialé
Author: Horacio Gago Prialé
Doctor en Derecho y profesor PUCP

Horacio Gago

 

Brasil es un gigante y como tal no pasa desapercibido. En América Latina existen más personas hablando portugués que español porque Brasil pesa hasta en lo demográfico. Sus incendios forestales marcan la agenda de cumbres mundiales, sus escándalos políticos trascienden fronteras, sus tentáculos en materia de corrupción política y empresarial se extienden por toda la región. Es el primer productor de carne vacuna del mundo y uno de los mayores en granos (soya y maíz). Produce desde licuadoras hasta submarinos, aviones y autobuses. La vida en sus favelas inspira libros y películas, sus fiestas pantagruélicas se reproducen por todas partes y su historia suma 300 años de esclavitud, bastante más que los EEUU. Rio de Janeiro fue la capital del imperio portugués cuando el rey Juan huyó de Lisboa y de la invasión francesa de Bonaparte, legando dos emperadores (los Pedros), quienes reinaron durante casi 80 años. Lo más conocido también cuenta: es pentacampeón mundial de fútbol, muchas veces de vóley femenino y masculino, tuvo superestrellas de la Fórmula 1 (Senna, Fitipaldi, Piqué), de atletismo, natación y un largo etcétera.

Su historia democrática es breve y dramática. Donde debieron ser seis presidentes terminaron nueve enfundándose esa banda. Tancredo Neves, el primero después de la restauración democrática murió en 1985 antes de asumir. Otros dos fueron enjuiciados y expulsados sin culminar sus mandatos, Fernando Collor de Mello y Dilma Rousseff. Tierra de vicepresidentes afortunados, Brasil suma tres: José Sarney, Itamar Franco y Michel Temer, que gobernaron sin ser elegidos, para después pasar al anonimato.

Jair Mesías Bolsonaro, el actual presidente para el periodo 2019 -2022, no romperá ese maleficio; todo lo contrario, por lo que dice y hace parece comprarse todos los boletos en la rifa del impeachment. El vicepresidente, el General del Ejercito Hamilton Mourao, ya pasó por el sastre. Naturalmente, la crisis mundial del Covid 19 añade un agravante muy serio pues no solo se trata de sospechar de Bolsonaro como fascistoide y hasta nazistoide (su ex ministro de Turismo y Cultura quiso reproducir a Goebbels), sino de negar la gravedad de la pandemia y promover la apertura de comercios, la vida pública y las aglomeraciones. Pero el impeachement en Brasil no funciona por el solo hecho del negacionismo o las apariencias. Requiere de más cosas jurídicas y políticas, siendo la primera su popularidad y el desprestigio correspondiente del Congreso. Entre los sectores populares es muy posible que la ventaja de 16 puntos que sacó a su contrincante del PT en las elecciones del 2018 se haya mantenido o incrementado. Tiene el voto duro de los evangélicos neopentecostales y de otras denominaciones religiosas en un Brasil cada vez menos católico, y además es respaldado, y mucho, por la clase media hastiada de la corrupción y despilfarro de los años del socialismo de Lula.

En Brasil procede el impeachment cuando el Presidente comete un crimen de responsabilidad al intentar disolver una o las dos cámaras del Congreso. De esta causal se están cogiendo los analistas para promover estos días las primeras gestiones del desafuero. Bolsonaro participó protagónicamente el domingo 19 de abril en un acto de masas convocado por sus fanáticos para pedir el cierre del Congreso y ensalzar la dictadura militar de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Aunque sus palabras no fueron explícitas, sí lo fue su respaldo gestual a la grita de esa concurrencia, interpretado por los propios militares como una afrenta a su compromiso institucional con la democracia. Otros alegan que el impeachment debiera darse por sus actuaciones sucesivas sin decoro y deshonrando el cargo de Presidente, lo que una ley brasileña de 1950 también acepta como causal general. Pero “proceder de modo incompatible con la dignidad y la honra y decoro del cargo” hoy en día es muy subjetivo y lidia con temas morales que en el siglo XXI son relativos. Si el Congreso definiese la falta de decoro como mentir, lo que Bolsonaro hace frecuentemente, la causal quedaría más clara. Pero eso aún no se produce.

En conclusión, un país que enfrentará la peor parte de la pandemia en los meses por venir, con las UCI de los hospitales sin equipos suficientes, donde todos los días se cavan tumbas como trincheras, merecería un presidente que ayude en esta guerra, no uno que niegue el poder del enemigo. Por eso, para muchos, el desafuero presidencial tras el impeachment aparece como única alternativa.

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