Edwin Sarmiento
Author: Edwin Sarmiento
Periodista y docente universitario

Hace 50 años vi llegar al hombre, por primera vez, a la luna. Me emocioné mucho que abracé a quien estaba cerca y no recuerdo quién era. 16 años más tarde, también vi llegar, por primera vez a Lima, el cine porno en los cines comerciales de la época. Me entusiasmé tanto que no me importó pagar en reventa mi entrada en el cine Colón.

La función fue a media noche, cuando las sombras habían caído por completo a la ciudad y cientos de parroquianos, enfundados en sus casacas, más sus chalinas de lana negra, rodearon, desde muy temprano, la manzana del cine, en colas interminables y jadeantes de ansiedad.

Convertidos en repentinos lectores, estos hombres de mirada huidiza, cubrían sus rostros con periódicos del día o con lo que tenían a la mano. No vaya a ser que deshonraran su honor. Las colas eran bulliciosas. Una mentada de madre advertía a los intrusos que todos estaban dispuestos a expulsar a los conchudos. Y cada vez se apretaban más para impedir que se colaran los zampones. Las reglas eran muy claras: nada de pendejadas.

Todos querían ver la película, sin contratiempos ni criolladas. Todos tenían el mismo apuro, qué carajo. --El título es algo sensacional-- advirtió Carlos. Esa noche el cine Colón se estrenaba con violación sexual.

--¿Por qué vienes?-- pregunté

--Se me ocurrió -- respondió sin mayor convicción.

--¿Cómo así?-- insistí

--La verdad, vengo por curiosidad. Soy soltero. Podría decir que quiero distraerme. Si bien es cierto que estas películas excitan un poco, yo sé controlar mi cuerpo- argumentó.

La gente ingresaba al cine a trompicones: unos se frotaban las manos; otros, entraban primero a los urinarios. Yo había llegado tarde con mi reportero gráfico. El escritor Fernando Ampuero me había pedido escribir sobre esa primera experiencia para su revista. Compré mi entrada en reventa, que resultó bamba. Tuve que comprar otra, asegurándome, esta vez, de pagar una vez que pasaba el control. Y este es el relato de mi vida.

El amplio salón era una locura. Las butacas llenas, alumbradas, apenas, por unas luces mortecinas, color rosa, se hallaban ocupadas por hombres de todas las edades, mayores de 18, con carné. Imaginé a personas ansiosas, reprimidas, insatisfechas, exhibicionistas, de todo, como en la viña del Señor. Estaba lleno.

Me senté en la escalera. Hasta que empezó la función. Una cerrada ovación del respetable acompañó la primera exhibición del falo del actor porno. Era un negro. Y ella, una rubia que se mostraba insaciable. El murmullo del público acompañó toda la función, mientras mi fotógrafo hacía su trabajo, con disimulo y precaución.

Se parece a la mía, gritó uno, arrancando carcajadas. ¡Eso es mentira, puro truco!, respondió otro, para poner en tela de juicio la enormidad del miembro que el lente exhibía en primer plano. Y se abrió el debate. Ni loco, traer a mi mujer, señaló una voz gangosa. Seguro que compara con lo que tienes, manicito, le replicó otro, en medio de la oscuridad.

Con los años, se hizo oficial estas películas y las salas se multiplicaron por todo Lima. Ya no se veían los patrulleros cuidando el orden, como esa primera noche del cine Colón. Este mismo local se convirtió, con el tiempo, en un espacio de meditación y de encuentro con Dios, propiedad de una secta cristiana. Así fue cómo discurrieron las noches en Lima de los 80. Los cines de media noche te trasmitían un halo de soledad, en el fondo. Sólo quedaban sus urinarios llenos de grafitis que te rompían la solemnidad. Nunca olvidaré uno de ellos: “Frejolito será chiquito, pero es zapatón”, en alusión al entonces alcalde de Lima.

Edwin Sarmiento

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