Fueron años diferentes en mi vida. Épocas en que más latía el corazón. Con emoción veía que los amaneceres eran también diferentes a los de hoy, más sus atardeceres. Por esos años, todo en nosotros era ilusión. Por estos años, habita, en nosotros, la desilusión. Recuerdo que los muchachos recorríamos el país cargados de sueños con un puntero en la mano y un papelógrafo predicando que los tiempos eran los de cambio y de revolución.
No había duda. Lo sabíamos porque algo, en nosotros, nos decía que la vida tenía sentido. Gobernaba el Perú el general EP Juan Velasco Alvarado, a quien la gente lo llamaba con cariño “Chino Velasco”. Era un soldado que había nacido en un barrio pobre de Piura y eso lo recordaba siempre que podía. Carraspeaba al hablar y tomaba pisco “Demonio de los Andes”, antes de sus conferencias de prensa.
La madrugada del tres de octubre de 1968 envió tanques a Palacio de Gobierno para sacar al presidente Fernando Belaúnde Terry que a esa hora dormía plácidamente con su pijama azul. Era el golpe de estado que habría de cambiar el rumbo de la historia en el país. Yo estudiaba en la universidad y dormía después de haber estudiado a los poetas del surrealismo para mi examen.
El día anterior, antes que comenzara la tarde, había juramentado un nuevo gabinete en Palacio de Gobierno y, por la noche, el presidente Belaúnde se retiraba temprano a descansar. “Tengo una tonelada de cansancio. Los ojos se me cierran”, les dijo a su hija Carito Belaúnde, a su secretaria Violeta Correa, al diputado Sandro Mariátegui y al Jefe de la Casa Militar, capitán de navío, Miguel Rotalde, con quienes había cenado frugalmente. Había calma esa noche en palacio, pero no así en las salas de redacción de los medios, porque se hablaba, por esos días, a sotto voce, que podría haber un golpe de estado y los periodistas permanecían alertas. Hasta que la hora llegó.
Lo primero que dijo Velasco es que iba a recuperar la dignidad. El nueve de octubre entró a Talara y recuperó el petróleo para el Perú de manos de la empresa norteamericana International Petroleum Company (IPC). Y acusó de entreguista al presidente Belaúnde. Al año siguiente, el 24 de junio, que era Día del Indio, Velasco promulgó la Ley de reforma Agraria, que iniciaría el proceso de entrega de tierras a sus ancestrales dueños y ya no se llamaría más Día del Indio, sino Día del campesino.
Yo casi ya terminaba la universidad y los muchachos empezábamos a ver la revolución del general Velasco como algo necesario en el país. Todo empezaba a cambiar en el Perú. La dignidad del campesino ya no era una fantasía. Era una realidad.
Del sur venían las canciones de los grupos Inti Illimani, Kjarkas, Quilapayún y las voces de Víctor Jara, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa nos laceraban el corazón. Y los muchachos nos reuníamos en casas para estudiar y cantar, para leer y debatir, para soñar, como habíamos soñado de mucho antes. Era la hora, sin duda.
Los ricos del Perú odiaban a Velasco y los campesinos, más los obreros, daban vivas al militar y le empezaban a decir “Chino, contigo hasta la muerte”. En los diarios y canales de televisión había rencor contra el Chino, hasta que una mañana decidió expropiarlos para entregárselos a los sectores organizados del pueblo. El Comercio fue asignado a los campesinos; Correo, a los profesionales; La Prensa para las comunidades laborales; Ojo, para los grupos de intelectuales; Expreso, al sector educativo y así. Los dueños del Perú odiaron más al Chino, con todas sus fuerzas y con las fuerzas de otros que sin ser ricos, pensaban como ricos. Así fue la nuez.
Al terminar la universidad me fui de profesor a la universidad de Ayacucho. Después me enrolé en Sinamos. Agarré mi puntero y un papelógrafo, y junto con otros jóvenes recorrimos el país, hablando a grupos de campesinos, a pescadores, a mineros, a universitarios; acuñando frases, reinventando los días, cantando con Violeta Parra, amando la vida, siendo felices a nuestro modo.
Queríamos esos vientos de cambio. Soñábamos con un país libre, con justicia social. Un país diferente como el que soñaban también los poetas. ¿Qué ocurrió? Será motivo de otro relato como éste. Las fotos que encontré, olvidadas en mi archivo, me han devuelto, sin embargo, la memoria de lo vivido hace 45 años atrás, los mejores de mi vida.