En el Perú tenemos una eterna vocación suicida respecto a nuestra supervivencia y potenciamiento como Estado. Cíclicamente terminamos echando por la borda toda la institucionalidad con el manido recurso de manosear la Constitución o simplemente sustituirla por otra. Somos los reyes de Constituciones generadas para cada gobierno y para cada gusto.
Tal vez por eso nuestra tendencia a la informalidad social: no hay reglas estables ni autoridad legitimada por consensos mínimos en la base de electores sino autócratas que dividen y confrontan al pueblo entre sí.
Es repetitivo decir que sin orden ni reglas claras no hay desarrollo económico, sin embargo, tenemos que mencionar esto hasta el cansancio porque la anarquía de cada tiempo nos conduce al eterno empobrecimiento y mediocridad, resultando lamentable el espectáculo de ingobernabilidad provocada por la incapacidad de los gobernantes y las reacciones ultras y violentas de sectores que buscan el poder, generando escenarios de autoridades puestas de rodillas a merced del gobierno de la turba.
No es admisible una propuesta de cambio de reglas constitucionales basada en el reconocimiento expreso o tácito de una incapacidad para gobernar, cualquiera sea la causa de esta incapacidad. La Constitución brinda mecanismos para evitar entrampamientos de ingobernabilidad. El asunto está en que los que han sido elegidos democráticamente no tengan temor de aplicar esos mecanismos, asumiendo cada cual su responsabilidad.
El presidente inició su discurso ante el Congreso anunciando grandes obras e inversiones cuyos resultados deben producirse más allá del 2021 y, siguiendo la ruta del sentido común, nos parecía muy bien pero esperábamos que nos hablara de los mecanismos, del monto de inversiones, del financiamiento y de la fuente de la cual se obtendrían los recursos, pero nada de eso se dijo.
También nos preguntábamos, cómo iba el presidente a ejecutar tantas obras, especialmente en infraestructura, cuando había puesto a su gobierno de rodillas ante el gobernador de Arequipa y admitido el bloqueo de la actividad minera, cómo iba a dinamizar una economía paralizada porque el gobierno no puso el tema económico como prioridad. El final del discurso fue un desastre: muera sansón y los filisteos, es decir todos. No había coordinado con la segunda vicepresidenta para seguir la ruta constitucional si es no se sentía capaz de gobernar, ahora simplemente quiere arrasar con todo y todos, incluido él. Nos parece una irresponsabilidad por el vacío de poder que ya comenzamos a vivir.