Un Estado de Derecho es tal porque se rige por reglas que se dictan por la autoridad estatal constituida por delegación popular con base en el llamado Contrato Social, de modo que unas imponen conductas bajo amenaza de sanciones y otras establecen las jerarquías normativas, su transitividad en el tiempo y las atribuciones de las autoridades para evitar la arbitrariedad.
Todos estamos obligados a respetar las reglas así puestas en vigor, las que, además, deben estar respaldadas por la respectiva legitimación social que surge de la aspiración de la sociedad de contar con esas reglas que hagan eficaz los cambios que exige su evolución o la consolidación de sus estructuras y vías de desarrollo con paz y seguridad.
Cuando la población y sus autoridades respetan las reglas, funcionan las instituciones y los principios constitucionales, es decir, rige lo que se conoce como institucionalidad que viene a ser la barrera que impide el surgimiento de autocracias, dictaduras y anarquías que sustentan a caudillos mesiánicos que terminan demoliendo cualquier estructura social utilizando el poder para sus propios fines.
No miremos solamente el caso de Venezuela en el presente, porque el pasado del Perú está lleno de desgobierno, caudillismo, inestabilidad institucional, corrupción generalizada, inexistente autoridad, pero demasiado poder concentrado y latrocinio generalizado en los más altos niveles del poder político, económico y social.
El que siente que tiene algún poder en esas tres dimensiones, no respeta al policía, no cumple ninguna regla ni siquiera las de tránsito, hace lo que le da la gana con el sambenito de “no sabes con quien te metes”, presidentes y políticos juegan con el Perú a la ruleta rusa.
Insultar y golpear a un policía que está cumpliendo con su deber por alguien que no acepta su autoridad es una pequeña faltita, pero con un efecto destructivo demasiado grande porque se afecta la autoridad estatal en la misma base social donde los niños de hoy crecerán sin respetar al policía y, más adelante, sin respetar a nadie.
Esta situación resulta preocupante para la gobernabilidad del país, tanto más cuando nuestra economía da muestras de un enfriamiento severo, con un gobierno sin rumbo, tanto que ha quedado sometido a la ley de la turba en el caso de Las Bambas. Si esto sigue así, el pronóstico no es bueno.