¿Debe darse la renovación comenzando por las calles o por el interior de los predios? ¿Puede hablarse de renovación sin que se haya intervenido el interior de los callejones o solares?
Una vez el exalcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio, dijo que la municipalidad no podía hacer nada con los inmuebles tugurizados porque eran de propiedad privada. Justificada así la inercia, el abandono y la ruina tampoco serían tema que le importase a la ciudad. Era evidente que el alcalde estaba en un error, al que conscientemente recurría para explicar las razones de dedicarse a remediar las zonas públicas: pistas, veredas o alumbrado, dejando de lado las privadas.
Esto último se le hacía muy difícil. El error consistía en que al no haber dueños, o la propiedad estar en tal nivel de fragmentación que en la práctica equivalía a no tenerlos, era imposible esperar que se produzca la renovación de la mayor parte de los predios. Y entonces, todo lo invertido en pistas y veredas, plazoletas y alamedas, se volvía efímero, un simple lavado de cara que duraría poco, y lo que es peor, se trataba de un mensaje errado al mercado. De pronto, con las calles limpias y las pistas relucientes, los callejones tugurizados se volvían predios apetecibles para el tráfico de suelo. Los juicios de desalojo aparecían como por arte de magia.
Este tipo de renovación como simple “lavado de cara” ha sido una constante practicada sin excepción por todos los alcaldes de Lima desde los años Noventa. Alcaldes outsiders, alcaldes gerentes, alcaldes políticos, todos han caído en la trampa, o tal vez ellos mismos la han fabricado, de remodelar calles sin importar el interior. El más clamoroso caso se dio en el bulevar del Jirón Contumazá del Centro de Lima, en la gestión anterior, donde se obvió por completo los interiores y terminaron pintándose las puertas y ventanas emparedadas como si fueran parte de las fachadas.
El resultado de este tipo de lavados de cara es que el poco tiempo (muy poco tiempo en realidad, como ocurrió en Contumazá), aparecen guariques y habitáculos de expendio de productos ilegales que se improvisan en los primeros metros de los predios, sin ninguna licencia definitiva ni autorización firme de parte de dueños ni municipio, y que desaparecen al primer atisbo de inspección municipal, para volver a abrir a las pocas horas. Nadie que pueda sustentar una posesión legal y duradera, invierte en habitáculos así.
Es obvio, aquí no hay dueño alguno que haya autorizado una flagrante ilegalidad. El tendero efímero es pirata y la municipalidad simplemente ha dedicado recursos de todos a arreglarle el pasaje a los piratas para sus ilícitos propósitos. En Contumazá no florecerán tiendas Gucci o restaurantes Tanta en la medida que la propiedad no exista con tal claridad que permita la llegada de negocios serios y duraderos.
Renovar y destugurizar los interiores es complejo. Difícil y arduo. Pero es posible y además muy necesario. Solo renovando los tugurios se puede hacer sostenible el proceso y así capitalizar y dotar de eficiencia los esfuerzos de embellecimiento de áreas públicas. En el Rímac histórico se ha comenzado a conseguir este modelo.
Es necesario integrar el trabajo de al menos 4 disciplinas: el derecho para alcanzar acuerdos serios y obligatorios con propietarios, moradores y autoridades municipales; el urbanismo para concebir la ciudad y visionar el nuevo aporte que darán las áreas hoy deterioradas; la arquitectura para diseñar los predios nuevos combinando vivienda social con patrimonio monumental, desafío hermoso y enorme de por sí; la generación de confianza social imprescindible para exponer a los posesionarios las ventajas de la renovación y poder obtener su apoyo decidido y comprometido; y las finanzas para lograr proyectos equilibrados, rentables y atractivos.
En suma, se trata de utilizar al máximo las herramientas que el PNUD impulsó y coinvirtió en ley nacional.
Se trata de un modelo de enorme potencial replicador que por primera vez hará tangible y concreta la expresión “inclusión social” en materia de renovación urbana.