Marcos Martos Carrera
Author: Marcos Martos Carrera
Periodista y docente universitario

Marco Martos

Celebramos los peruanos a Ricardo Palma, en estos cien años de su partida a la eternidad. Su nombre está en nuestro corazón junto a los del inca Garcilaso, César Vallejo, José María Arguedas, porque en sus escritos y en todos los actos de su vida rezumó amor por nuestra patria y tuvo confianza en el porvenir. Lo llamamos, por eso, un ciudadano ejemplar.

En 1833, la ciudad de Lima lucía otra vez lozana, ave Fénix, levantaba su vuelo reponiéndose del terremoto de 1746 que la había dejado en escombros. La catedral volvía a ser hermosa, y desde el Palacio de Osambela, levantado en 1798, podían verse desde su orgullosa azotea, sin catalejo, los barcos que llegaban a la rada del Callao. En la calle de Puno, hacia la mitad de la cuadra, había una casa de dos pisos de muros macizos, de adobe bien asentado, con ancho portón y ventanas de reja y un largo balcón. Tenía patio empedrado con los cantos rodados, sala, habitaciones modestas. Por las noches, velas y lamparines proyectan figuras fantasmales en las paredes y se escuchaban historias de aparecidos, de jinetes sin cabeza, de hermosas mujeres con olor a lavanda y romero.

 En esa casa, el martes 7 de febrero de 1833, nació Manuel Ricardo Palma Soriano, como lo ha precisado Raúl Porras Barrenechea. Poco sabemos de sus padres Pedro Palma y Dominga Soriano, salvo que don Pedro, según sus amigos, era un “honrado ciudadano cuyo comportamiento le ha granjeado el afecto de todos los comerciantes peruanos y extranjeros de esta capital” Pedro Palma era comerciante en géneros, y probablemente esa es la razón por la que Manuel Ricardo Palma hizo estudios de contabilidad.

En su niñez y adolescencia, Manuel Ricardo, que poco a poco escogió solo nombrarse Ricardo, fue poblando su imaginación de los decires, los sueños y las monsergas de su querida ciudad. Duendes y leyendas iban volviendo supersticiosas a las personas. Estaban también los fantasmas vivos, los bandoleros escondidos tras las tapias, los forajidos que robaban a las damas en los callejones, los malandrines que cometían sacrilegios asaltando las iglesias, robando las joyas a la Virgen, apoderándose de las Custodias, pignorando esos tesoros por muchos o pocos pesos, consiguiendo con sus actos el castigo eterno en la memoria de la gente.

Siendo estudiante, alumno de don Antenor Orengo, en 1848, Palma se vio por primera vez elogiado en el diario “El Comercio”. Se felicitó al maestro Orengo diciendo que sus alumnos habían sido “sumamente lúcidos” y que demuestran “el empeño y contracción de su director, profesores y alumnos durante el año escolar”. Presidía el jurado examinador el Doctor don Francisco Sánchez Navarrete. En ese suelto Palma aparece elogiado por sus notas en matemáticas, contabilidad y nociones de economía política. Sin embargo, a estas alturas de su vida es todavía un “mataperro” que tiene el diablo en el cuerpo, que prefiere bañarse en el río, salir de excursión a los confines de la ciudad para ver balanceándose los cadáveres de los bandoleros caídos en lucha con la fuerza pública.

En esos años de juventud de Ricardo Palma la literatura peruana se expresaba principalmente a través de la llamada literatura costumbrista que se difundía en los periódicos a través de artículos. Consistía en la descripción de tipos locales con el objetivo de promover el progreso social criticando los hábitos que hacían daño al bienestar general. El costumbrismo fue introducido en el Perú por Felipe Pardo y Aliaga (1806-1868) en “El espejo de mi tierra”, revista satírica, fundada, dirigida y escrita por el propio Pardo, publicada en 1840, que hasta hoy día mismo es lo mejor de este tipo de literatura. Dos de los textos de Pardo son antológicos y se leen y disfrutan con provecho. Se trata de “El paseo de Amancaes” y de “Un viaje”. Había una excursión a la Pampa de Amancaes que desde la época del Virreinato se realizaba cada 24 de junio con motivo de la fiesta de San Juan. Pardo escoge como protagonistas a don Pantaleón y doña Escolástica, una pareja que conserva una mentalidad y unos comportamientos coloniales.

Ellos tienen numerosos hijos, sirvientes y allegados.

Don Pantaleón es indolente, inepto, dependiente de su esposa quien administra todos los asuntos del hogar. Doña Escolástica es de mentalidad cerrada y está en contra de toda independencia intelectual. “El viaje” satiriza la actitud provinciana y dubitativa de un criollo de clase alta. Es una página ejemplar. A pesar de ser un hombre de más de cincuenta años don Gregorio es mimado por sus hermanas que le llamaban “niño Goyito”, y en efecto, el protagonista no ha dejado de ser un párvulo que nunca ha aprendido a tomar decisiones ni a asumir responsabilidades. Tiene un negocio urgente en Chile y aplaza siempre la decisión de emprender el viaje y siempre consulta a otros: a su confesor, su médico y sus amigos. Pardo está muy lejos de ser ese conservador como se le califica con apresuramiento.

Hay otros costumbristas que Palma alcanzó a leer y están en el sedimento de su obra principal, Tradiciones peruanas. Son ellos Ramón Rojas y Cañas (1830-1881), Manuel Atanasio Fuentes (1820-1881) y Manuel Ascencio Segura (1805-1871). Palma conoció bien los escritos periodísticos de estos autores, se nutrió de ellos y con las telarañas de su imaginación y su gran talento supo convertirse en el gran autor que celebramos. Pero eso no ocurrió, como es natural, de un momento a otro, inició su carrera literaria como poeta y dramaturgo y mostró interés por la investigación histórica y escribió una obra que es el más inmediato antecedente a su espléndida madurez. Se trata de Anales de la inquisición en Lima (1863), hasta donde sabemos, la primera obra americana que trata de esta temida institución que hunde sus raíces en la reconquista cristiana de los territorios que estaban en poder de los musulmanes en la península ibérica.

Asunto tan complejo, Palma lo trata con naturalidad. Nos cuenta las peripecias que pasaban los acusados, paseados con un hábito verde que llevaba su propia figura, llamado san Benito, los juicios de opereta, la condena de verdad. En la sala donde permanecía el acusado había un Cristo crucificado que decía sí o no a las preguntas que le hacían, mediante un ingenioso sistema de cuerdas que oculto manejaba a voluntad un ujier del Santo Oficio. Palma no dice invectivas contra la institución, la describe, y con sus punzantes palabras nos ayuda a formarnos un juicio sobre la manera como se actuaba en nombre de la verdad religiosa. La España de las tres religiones de Alfonso X, se había transformado con el correr de los años, en la imagen de la intolerancia.

Mientras recorremos las páginas del pequeño libro de Palma advertimos también la decadencia de la institución estudiada. Conforme pasa el tiempo, la persecución de los herejes va siendo menos importante, hay otras cosas que preocupan a los inquisidores, los vientos de independencia que empiezan a soplar en todo el imperio y entonces los pecados mortales se van transformando en veniales y merecen penas más leves. Palma no volvió a ocuparse del tema y pudo ver, a lo largo de su vida, cómo otro estudioso, el chileno Toribio Medina, cogía el cálamo y escribía obras sobre la Inquisición en Santiago de Chile, en Buenos Aires, en México y en Filipinas.

Son muchos los estudiosos que se preguntan por el significado último de la palabra “tradición” en las manos de Palma. Ciertamente, no es un cuento, no tiene siempre un final redondo. Tiene sí, una anécdota, generalmente histórica, es un episodio de la historia nacional narrado siempre en un tono conversacional, con profundo sentido del humor. Menéndez Pidal solía decir que los españoles sienten poética la historia y eso vale para Palma respecto de los aconteceres del Perú. Y cuando los datos son insuficientes, lo dice Raúl Porras Barrenechea, Palma completa sus tradiciones con las telarañas de su imaginación.

La primera serie de las Tradiciones de 1872 fue seguida en las décadas siguientes por una cantidad inusitada de narraciones que supera las quinientas. El hilo común con el artículo de costumbres es el sentido de pertenencia a una comunidad, la peruana. Pero hay una diferencia notable entre ambas formas de practicar la literatura. Mientras los costumbristas escribían exclusivamente sobre el presente, son sincrónicos respecto de su realidad, Palma procura ser diacrónico, tiene una actitud finalmente histórica en todo lo que narra. Y este es el quid de todo el inmenso bagaje que es el corpus central de la escritura de Palma.

En la época que escribió Palma, se tenía una visión de lo que significa la historia en el vasto territorio de lo que es el Perú, considerablemente menor a la que existe hoy. Pero la pretensión de abarcar el conjunto de la historia nacional en una gran obra literaria de ficción, desmesurada hoy, también lo era en la época de Palma. Pero el enorme mérito de Palma, tal vez no suficientemente subrayado hasta hoy día, es distanciarse en lo que escribe de la historia oficial, no narrar lo conocido, ni lo hagiográfico, aunque escoge personajes trajinados de la historia nacional como Santa Cruz o Castilla o San Martín. No los describe en los momentos solemnes, ni en las horas de triunfo. Nos los entrega cuando reciben otro tipo de luz en su propia intrahistoria. Esta palabra, inventada por Miguel de Unamuno y aceptada corrientemente en la vida académica de hoy, alude a los momentos que aparentemente son de menos importancia pero que constituyen una red de hechos que sustenta la vida cotidiana.

¿Desde qué momento el Perú es una nación? Palma parece responder en sus escritos que esta conciencia de pertenencia, de formar una comunidad con ánimo de tener un futuro juntos, nació en el virreinato. Piensa, como lo dice en la tradición “Un virrey y un arzobispo”, que fue la experiencia colonial la que preparó a la república independiente. El título de Tradiciones peruanas se propone crear una conciencia nacional que se origina en una herencia que va desde la época precolombina hasta las primeras décadas de la república. Sin embargo, al juzgarlo, el hecho de que el núcleo de la mayor parte de las tradiciones esté en la época del virreinato ha servido para que sea juzgado como pasadista. Quienes así piensan están muy equivocados, como ya lo han dicho en su hora José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre. Palma fue, en el plano político, un demócrata liberal y es prácticamente inmune a la nostalgia de un tiempo que no conoció. Reconoce la importancia de la igualdad ante la ley, propio de la República.

Las Tradiciones de Palma, aunque preferentemente desarrolladas en Lima, abarcan todas las regiones del país y se ocupan de diversos grupos, en cierto sentido incluyen a todos los peruanos, por lo menos en la imaginación del Palma, que desconocía como ocurre ahora mismo con millones de peruanos la importancia de los otros, aquellos que no están incorporados a la modernidad, de ahora o del siglo XIX. Palma representa en su escritura a una clase media urbana defraudada durante la República tanto por la grandes familias oligárquicas como por los caudillos militares que emergieron después de la guerra de Independencia.

Palma cree en un futuro del Perú que elimine los privilegios. Pero no es un optimista, en “Los gobiernos del Perú” narra cómo Santa Rosa le rogó a Dios una serie de privilegios para su nación: clima benigno, ricos recursos, mujeres bellas y virtuosas, hombres inteligentes. Dios va aceptando cada una de las peticiones, pero cuando la santa le hace la última de las peticiones, que el país tenga un buen gobierno, está ya fatigado y responde como lo haría un limeño: “¡Rosita! ¡Rosita! ¿Quieres irte a freír buñuelos?”. Palma comenta que esta es la razón por la cual el Perú ha sido siempre mal gobernado y que tal vez las cosas hubieran sido diferentes si Santa Rosa hubiera hecho sus peticiones al revés. La idea subyacente es que la gente es como la sal de la tierra, que los peruanos han nacido en un país que tiene un potencial inmenso desperdiciado por la corrupción de las clases dirigentes.

En sus escritos Palma va desarrollando una complicidad con el lector de distintas maneras. En primer lugar su escritura produce una ilusión de oralidad. El narrador se dirige al público como si estuviese conversando alrededor del fuego, exactamente como pensamos lo hacían los primeros contadores de cuentos. Por lo tanto puede interrumpir el relato con frase que piden la intervención del lector, con frases como “En tal apuro, qué creen que decidió el virrey” que aunque no esperan una respuesta inmediata y real, dan la impresión de la presencia coral del pueblo. En segundo lugar, Palma refuerza la pertenencia de lectores y narrador a una misma comunidad con expresiones como “nuestros abuelos y nuestros padres” que una vez más tejen hilos de solidaridad. En cada una de las narraciones que configuran el grueso de la obra de Palma los ricos y los palanganas no salen bien parados, si bien Palma no es beligerante con ellos.

Así ocurre con los nobles que habiendo chocado sus calesas, no ceden al paso de ningún modo y prefieren dejar sus coches a la intemperie por meses hasta que la autoridad decida quién tiene la razón en tan curioso incidente. En otra tradición los frailes de San Pedro, contraviniendo las disposiciones de la curia romana, construyen su iglesia con tres puertas, como si hubiese sido catedral. Viendo mellada su autoridad, el arzobispo apela al mismo papa, quien ante el dilema real en que se encontraba dispone de manera salomónica que frente al esfuerzo realizado, la iglesia mantenga sus tres puertas, pero que en ninguna ocasión y por ninguna razón, las abra al público al mismo tiempo. Solo dos de ellas podían acoger a los feligreses.

Cuando se habla de literatura, suele mencionarse que hay una literatura innovadora en cada circunstancia histórica que va de Dante a Borges, otra literatura de difusión de esas innovaciones que se consume en el momento de su producción, pero no prevalece en el tiempo, y otra que es producida mayormente en los tiempos que se llaman de masas, que generalmente es de ínfima calidad y se difunde por los medios masivos. Esta percepción de lo literario, de cierto modo rígida, se está diluyendo poco a poco en los tiempos que corren y la literatura de calidad escoge sus materiales precisamente en lo que le interesa a un mayor número de personas y simula en el caso de las novelas de mayor éxito ser precisamente una literatura de masas. Hasta ahora no se ha dicho con suficiente énfasis, pero Palma, una vez, en este asunto es un adelantado. Escoge sus anécdotas de lo que sale en los periódicos: escándalos sexuales de los poderosos, crímenes, amores ilícitos, acontecimientos sensacionales, milagros, conductas extravagantes de los ciudadanos. Todo lo que sale de la norma le es interesante. Las tradiciones no cuentan lo que pasa siempre, sino que se refieren en casi todos los casos a hechos excepcionales, mantienen al lector en vilo y siempre le arrancan sonrisas y le hacen meditar sobre un pasado del que no hay muchas razones para sentirse orgulloso. Nos va diciendo su visión desolada sobre lo que fue el país durante el virreinato.

En una de sus más hermosas tradiciones “Lope de Aguirre, el traidor” describe a los conquistadores como a un grupo de desalmados. Escribe: “Fecundísimo en crímenes y en malvados fue para el Perú el siglo XVI. No parece sino que España hubiese abierto las puertas de los presidios y que, escapados sus moradores, se dieron cita por estas regiones”. En otro relato podemos leer cómo el gobernador del Cuzco Cosme García de Santolaya hace castigar a un joven que no lo había saludado en la calle. Algunos críticos se lamentan de que Palma no nos haya dejado alguna novela y especulan sobre cómo habría aumentado su fama si la ficción “Los marañones” salida de su pluma y perdida en Miraflores a raíz del asalto que sufrió en su casa durante la ocupación de Lima en la guerra del Pacífico. Esto no pasa de ser una ucronía que no nos conduce a ningún lado. Nos sirve sí, para decir que la novela peruana del siglo XIX de calidad no es ninguna de las que bajo ese rótulo circulan, sino más bien las propias Tradiciones peruanas que nos dan una imagen total de lo que consideramos el Perú a lo largo de varios siglos con una cautivante prosa que encandila a los lectores y los gana para siempre, haciéndolos volver una y otra vez a sus hermosas páginas.

Las ficciones de Palma no sustituyen a la historia, la complementan, permanecen en nuestra memoria como símil de los años postreros del imperio incaico, de los tumultuosos siglos del virreinato y como representación vívida del primer siglo de la república. Palma lleva a sus escritos la delicada trama de los hechos cotidianos de la gente que no parece importante, pero que va tejiendo la vida de una sociedad. De esta manera fomenta el interés por la clase media que tan bien conocía y al mismo tiempo promueve la idea de que sobre los hombros de este grupo social se está gestando el Perú del futuro. Palma dedica en términos estadísticos poca atención a la conquista y más a las guerras civiles que le sucedieron, y más mucho más, a la sociedad colonial que en medio de tantas disputas se fue asentando. Es simbólico su interés por las figuras que no estuvieron en el bando vencedor, como los almagristas de “Los caballeros de la capa” que asesinaron a Pizarro. Esa imagen permanece en toda su escritura, induce a sus lectores a pensar que poco ha cambiado desde los primeros tiempos de la presencia española en el Perú: la barbarie está presente durante toda la colonia y en el tiempo republicano. Escribe: “Caídos y levantados, hartos y hambrientos, eso fue la colonia y eso ha sido y es la república. La ley del yunque y del martillo imperando a cada cambio de tortilla”.

Se le ha atribuido a Palma haber reforzado el mito de que Lima es el Perú, por el lugar central que ocupa la clase media en sus escritos. Esto no pasa de ser una afirmación baladí. Palma quiere ver al Perú como una totalidad, se refiere al mundo incaico con profundo respeto, como puede verse en la tradición “Los incas ajedrecistas” que ensalza la habilidad de Atahualpa para el juego de los escaques, critica la explotación de los indios y denuncia la discriminación y la explotación racial. Como escritor de ficciones hay que verlo dentro del proceso literario peruano que empieza en el Inca Garcilaso y en Guamán Poma de Ayala, se continúa en él mismo, y es vigoroso antecedente de lo que serían en el siglo XX novelistas como Enrique López Albújar, Ciro Alegría, José María Arguedas, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro, Miguel Gutiérrez, que han construido en sus escritos un Perú simbólico, sobre el que nos levantamos día a día para construir el país que soñamos.

Sin embargo hay que matizar: el Perú que sueña Palma es básicamente costeño y de alguna manera serrano, pero en muy pocos casos se adentra en nuestra selva, salvo en las referencias históricas a Lope de Aguirre. No nos parece cierta la afirmación de que Palma imagina la historia peruana sin mayores conflictos. Quien ha hecho un personaje central de sus preocupaciones literarias a un Lope de Vega o a un Francisco de Carbajal, individuos que prácticamente vivían y dormían con la espada en la mano, no puede ser juzgado como un tranquilo abuelo que juega al tresillo con sus nietos y que en sus narraciones busca solamente hacer sonreír a sus contertulios.

Si Palma solo hubiera hecho lo que hemos narrado en estas apretadas páginas, sería sin duda un modelo de escritor que merecería por ese hecho aprecio de sus lectores antaño y hogaño. Pero él fue más lejos y se transformó por sus hechos, en un ciudadano ejemplar. Es interesante observar cómo desde su oficio de escritor se fue deslizando de manera imperceptible en asuntos de interés colectivo que ahora mismo llaman la atención.

Nadie duda de que Palma tenía un dominio excepcional de la escritura y no se ha documentado cómo lo fue adquiriendo, puesto que no frecuentó la universidad y destacó más bien en las artes de la contabilidad. Pero fue un académico y le correspondió el honor de presidir la formación de la Academia Peruana de la Lengua en 1887. La Real Academia Española se fundó en los albores del siglo XVIII y se consagró en sus primeros tiempos a la elaboración del diccionario que luego se llamaría de Autoridades.

Hubo un presbítero peruano, Diego de Villegas y Quevedo, quien fue encargado de revisas la letra “m” del libro que se estaba preparando y aprovechó de esa circunstancia para introducir en el docto volumen algunas palabras de uso corriente en el Perú. De esta manera, de manera práctica, aparece algo que es moneda corriente en los estudios lingüísticos de hoy: el derecho de cada comunidad a manejar la lengua heredada según su leal entender y a modificarla según sus usos y costumbres.

Palma recoge el espíritu de Villegas y Quevedo y, siendo un creador de fuste, lo canaliza y le da forma. Vivió la paradoja de ser un partidario de la república y el deseo de mantener los lazos culturales con España, a través de la lengua. Defendió la unidad idiomática del español y tuvo una actitud de diálogo con los académicos españoles a quienes propuso la incorporación de numerosos neologismos y americanismos. Escribió en su texto “Gazapos oficiales”: “Nunca critico el uso de neologismos porque siempre tuve al Diccionario por cartabón demasiado estrecho. Si para expresar mi pensamiento necesito crear un vocablo, no me ando con chupaderitos ni con escrúpulos, lo estampo, y santas pascuas. Para mí el espíritu, el alma de la lengua está en su sintaxis y no en su vocabulario, y hasta tengo por acción meritoria y digna de loa la que realizan los que con nuevas voces siempre que no sean arbitrariamente formadas, contribuyen al enriquecimiento de aquel. Las lenguas son como los pueblos, rebeldes al estacionamiento”.

Palma defiende en el español del Perú, las voces que proceden de las lenguas originarias de América, aquellas otras de las lengua española que han dejado de usarse en la península, y las formadas dentro del sistema español, pero han sido creadas en América. Estas preocupaciones aparecen en sus escritos Americanismos y neologismos de 1896 y Papeletas lexicográficas de 1903. Es cierto que en estos libros, siendo un aficionado, Palma luce conocimientos lingüísticos por lo menos iguales a los de su ilustre antagonista Pedro Paz Soldán y Unanue, llamado Juan de Arona, y es verdad que tiene también prejuicios al juzgar a los miembros de las naciones originarias, que forman, por otro lado, parte de la ideología liberal de la época, pero es verdad también que en su práctica tanto escritural como ciudadana, Palma defiende el derecho de los peruanos a usar la lengua española según su leal entender.

Conocido es el hecho que en 1892, Palma, llevando la representación de la Academia Peruana de la Lengua, tuvo una controversia con los académicos españoles a propósito de la incorporación de nuevos vocablos al Diccionario de la corporación. Ninguna de las palabras propuestas por Palma fue aceptada pues se les consideraba provincialismos. En los hechos, Palma fue derrotado, pero ha triunfado con el tiempo, pues todos los vocablos que propuso forman parte del acervo de la lengua hoy día.

Más todavía: la propuesta de Palma tiene otras formas de materialidad .Con la fundación de la Asociación de Academias de la Lengua Española, en México, 1951, las Academias Americanas se ponen en pie de igualdad con la Española, en el común derecho a hacer diccionarios. El diccionario de la Lengua Española lo hacen hoy día todas las Academias y se ha creado, además, otro volumen, el Diccionario de Americanismos de 2010, que tiene la misma validez que el diccionario general. Cada país de habla española tiene un diccionario de sus propios vocablos que están considerados parte de la lengua franca en los linderos de cada nación. Con el tiempo, pues, Palma ha triunfado en toda la línea y su retrato, colocado en el despacho del Secretario General simboliza la unidad y la diversidad de la lengua española.

Queda todavía reseñar una actividad ciudadana de Ricardo Palma: la puesta en actividad de la Biblioteca Nacional, saqueada durante de guerra del Pacífico. Convertido en su director, Palma fue pacientemente, merced a su gran prestigio intelectual, obteniendo aquí y allá, en el Perú y en el extranjero, nuevos libros que constituyeron un renovado fondo que sirvió de base a la Biblioteca Nacional que hoy luce lozana y eficaz, al servicio de los ciudadanos, que ha sabido sobreponerse a esa y otras desdichas, como el incendio de 1943, y cuida la memoria de Palma, como la del gran reconstructor. Palma murió en su casa de Miraflores el 6 de octubre de 1919, rodeado del afecto de propios y extraños.Lo queremos mucho, de la mejor manera: leyéndolo.

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