El expresidente del Perú, Alejandro Toledo, nunca fue un político con experiencia, más bien fue un iluso que vendió una falsa imagen que lo llevó al poder en medio de una profunda crisis política.
Hoy, acusado de robarle al Perú, vía un millonario soborno de Odebrecht, no está pagando culpas ajenas. Está en prisión por su conducta carente de honestidad y su frivolidad y codicia que formó parte de su licenciosa vida pública.
Adicto al whisky y a las damas de compañía, Toledo pensó en algún momento de su vida que hacerse del poder en Perú no sería nada difícil; más aún cuando nuestra historia política está signada por la desmedida ambición por el poder de la clase política sin escrúpulos.
Una mañana de 1984, recibí en mi oficina en Lima de la Agencia Internacional de Noticias ANSA, una llamada telefónica de una persona que se identificó como un economista peruano, residente en los Estados Unidos. Me solicitó una reunión para que le escuche una serie de ideas que permitirían cambiar el escenario político peruano. Me invitó a visitarlo en una oficina muy modesta, ubicada en el distrito emergente de Comas.
Llegó el día de nuestro encuentro. Me recibió con una mueca más que una sonrisa. Le pregunté que buscaba, a que aspiraba aquí en el Perú. A boca de jarro me lanzó su sueño: "quiero gobernar el Perú... qué le parece ?". Lo miré fijamente y lo emplacé a que me diga cómo. Durante una hora escuché los primeros 30 minutos la historia de su pobreza de origen, de lustrabotas, de vendedor ambulante de pescado, etc.
En ese momento se definió como un liberal "con sentido común", una suerte de sumas y restas de unas inestable vida personal hasta que el destino lo llevó a estudiar en los Estados Unidos de América. El tono agringado de su voz me hizo dudar de un eventual discurso político para los "cholos" peruanos. Terminó la entrevista y me pidió que lo apoyara a través de la publicación de la entrevista, que honestamente me pareció escasa en contenido político.
Mientras retornaba a mi oficina me preguntaba por qué acudí a la cita con un aparente oportunista. Luego de varios meses me volvió a llamar y me pidió otra entrevista, pero con rebote en medios extranjeros. Y pasaron los años entre uno y otro encuentro casual, hasta que él considero que era el momento de *vender" su imagen en momentos que Alberto Fujimori estaba a punto de naufragar junto a su compinche Vladimiro Montesinos.
Cayó Fujimori en fuga y Toledo aprovechó la ocasión para entrar furioso a la escena política, vincha incluída sobre una cabeza plagada de cabellos largos, tipo "apache". De acuerdo al caos existente en el Perú, Toledo dejó de ser un informal para asumir un rol político para esas circunstancias. Se acercó a Valentín Paniagua para que le diera la oportunidad de un relevante cargo público durante el gobierno de transición: Ministro de Economía y Finanzas (?).
Ya elegido por esa marea humana hastiada del fujimorismo, Toledo sí que aprovechó a sus ocasionales aliados que lo acompañaron en la "marcha de los cuatro suyos". Desde antes y durante su gobierno lanzaba risotadas a diario hasta que se fueron descubriendo ciertas mañas y una suerte de promiscuidad con exceso de bebidas espirituosas, además de ser mentiroso contumaz al negar a su hija extramatrimonial.
Sus desapariciones voluntarias en hoteles de 3 estrellas con féminas que ni él conocía, dinamitaron su medio prestigio. Ya en esos momentos se escuchaba a donde iba como Presidente, el insolente calificativo de "cholo borracho". Otros, menos agresivo, le lanzaban paquetes de basura y botella con agua sucia.
Hoy, Toledo está recluido por mandato judicial de la Corte de California, en una celda en solitario 23 horas del día, entre cuatro paredes con puertas cerradas herméticamente, con WC, lavatorio y un colchón sobre una tarima de cemento húmedo y frío del penal federal de Santa Ana, California. Viste el uniforme color rojo, con su número de recluso especial pero sin privilegio alguno.
En Estados Unidos que por momentos se le escucha hablar solo, gemir y hasta maldecir a quienes lo acompañaron durante su gobierno. Los agentes penitenciarios lo observaban cada diez minutos, siempre bajo la alerta de que un instante de depresión y abstinencia alcohólica lo conduzca al suicidio. ¿Valió la pena perder su libertad por pretender hacerse rico de manera ilícita?
Toledo ya está pagando por el crimen cometido por su excesiva codicia y mala fe. Y es un aviso descarnado para los que están en la vergonzosa nómina de los malditos corruptos de nuestro país.
Los 35 millones de dólares del soborno que Toledo recibió de Odebrecht, no le servirán de nada para alcanzar su libertad a los 73 años de edad. Sí se logra la extradición, de una carcelería de 20 años pasaría a su propia tumba bajo el ominoso título de "Corrupto expresidente".