Jorge Chávez Álvarez
Author: Jorge Chávez Álvarez
Economista, expresidente del Banco Central de Reserva

Perú ante laResulta que la guerra comercial entre EEUU y China era apenas la epidermis de una guerra más profunda, de carácter tecnológico. Ya no es sólo el capricho desaforado de Donald Trump, sino una nueva Guerra Fría tecnológica declarada por todo el establishment del Tío Sam (desde la CIA hasta el Departamento de Justicia) y sus aliados estratégicos.

Esta guerra tiene como principal campo de batalla el desarrollo de las redes móviles de 5G, que representa un salto innovador inusitado respecto a las anteriores generaciones de Internet móvil, llamado a ser el eje de la cuarta revolución tecnológica, vinculada a la economía digital, la inteligencia artificial, el internet de las cosas y el maching learning.

Toda guerra tiene como fundamento el temor. En este caso se da una mezcla de temores económicos y de seguridad nacional, a raíz del ambicioso plan ‘Made in China’, lanzado en 2015 y relanzado en 2018 por el gobierno chino con un presupuesto del orden de los US$ 300.000 millones, para convertir a China en líder del desarrollo de las redes 5G y, en consecuencia, de la industria aeroespacial, la robótica, la biotecnología y la computación.

Grandes empresas tecnológicas chinas, como Huawei, ZTE y Tencent están en la mira del Estado norteamericano y de sus aliados (Canadá, Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda), por considerarse una amenaza al estatus quo tecnológico y de seguridad liderado por EEUU.

En este contexto, un país en desarrollo como Perú se ve en la encrucijada de tener que tomar partido por uno de los dos bandos, lo que podría tener un impacto en las inversiones y el modelo de desarrollo tecnológico a seguir.

Está en disputa la prevalencia del modelo ‘Silicon Valley’ (sustentado en el impulso privado) frente al modelo ‘Shenzen’ (sustentado en el impulso estatal). La estrategia tecnológica seguida hasta aquí por el Perú está más cerca del primer modelo. Sin embargo, a pesar del cerco tecnológico norteamericano, la probabilidad de que China obtenga el liderazgo en el desarrollo de las redes 5G es muy alta, dado que tiene cómo lograr sustituir las tecnologías de origen norteamericano, al profundizar su política de autosuficiencia tecnológica. También podría recortar el suministro de tierras raras a EEUU, insumo clave para la producción de aplicativos electrónicos.

Si bien Alemania, Francia y Noruega vienen evaluando aunarse a ese veto, ante el temor de que China pueda emprender operaciones de espionaje a través de los equipos de Huawei, lo cierto es que tal decisión podría demorar el desarrollo del 5G en Europa, previsto para 2020, en al menos dos años.

Por tal razón la canciller alemana, Angela Merkel, ha venido impulsando la creación de una especie de OTAN tecnológica orientada a la adopción de estándares internacionales de transparencia, garantías para los usuarios amenazados en su privacidad y para la compatibilidad de los sistemas. Esta iniciativa podría devenir en una tercera vía, a la cual se podría sumar el Perú, puesto que si prospera un futuro con un ecosistema 5G dividido aumentará el riesgo de incompatibilidad de los sistemas y, en consecuencia, el riesgo de permanencia del estado de Guerra Fría. China debería ser el primer interesado en que se proteja la interoperabilidad de Internet.

De otro lado, el riesgo de que China utilice su liderazgo en 5G para espiar a otros países es una amenaza que ya es una realidad por parte de las empresas tecnológicas norteamericanas. De hecho, Facebook ha sido acusada innumerables veces de realizar espionaje tecnológico de manera sistemática, usando los ‘cookies de seguimiento’ que instala automáticamente en los ordenadores del nuevo usuario, permitiéndole vigilarlo y registrar las páginas visitadas, búsquedas, gustos y vínculos personales, incluso cuando han cerrado la sesión. Esta información se vende a precios elevados.

No es casual que Facebook y empresas similares valgan miles de millones si son de acceso gratuito y nadie pague por navegar en ellas. Facebook compró WhatsApp, una empresa de treinta trabajadores cuyo aplicativo es gratuito, sin anuncios ni publicidad. Lo que le permitió acceder a más de 600 millones de móviles y sus agendas.[1]

El acceso de Google a la privacidad de sus millones de usuarios le permite un negocio billonario en la venta de información personal. La CIA y otras agencias de inteligencia occidentales se nutren de esta fuente, que incluye no sólo datos sobre estudios, trabajos, relaciones personales, ocio y consumo, sino también información sobre valores, ideología y preferencias políticas. De hecho, la CIA tiene actualmente 137 proyectos de inteligencia artificial y tiene suscritos diversos programas de colaboración con emprendedores de Silicon Valley.[2]

El presidente ruso, Vladimir Putin, ya lo ha dicho: “Quienquiera que se convierta en el líder en inteligencia artificial será el gobernante del mundo”. Deberíamos aspirar a que el gobernante del mundo sea una entidad multinacional como la propiciada por Merkel, antes que un dinosaurio ético, sea asiático o americano.

 

 [1] En 2012 Facebook compró Instagram en US$ 1.000 millones, la red social de fotos y videos preferida por los jóvenes y, en 2014, compró WhatsApp en US$ 21.800, el servicio de mensajería más popular y principal competidor de Facebook Messenger. El Comercio 01/01/18.

 

[2] Josep Lluís Micó: “Cómo utiliza la CIA la inteligencia artificial para vigilar las redes sociales”, La Vanguardia, 27/10/17.

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