José Vargas SifuentesMuchos y poco conocidos hechos, divertidos unos, curiosos, otros; se suscitaron en los días de julio de 1821, con ocasión de los preparativos y la ceremonia misma de la proclamación de la Independencia del Perú del yugo español “y de cualquier otra dominación extranjera”. Queremos recordar algunos pasajes poco divulgados, en tanto la tiranía del espacio nos lo permita.

En el cabildo abierto celebrado el domingo 15 de julio, en el local del Ayuntamiento de Lima, para que el pueblo expresara su opinión sobre la independencia, el Dr. José de Arriz pronunció un encendido discurso, que influyó en la decisión final de los vecinos. Y mientras el representante del Colegio de Abogados pronunciaba su oración, desde el balcón del cabildo se lanzaba a la muchedumbre tarjetas impresas, con el siguiente texto: “El voto de un americano es la independencia y libertad del Perú, y el que no la quiera seguir, firme su nombre infame y váyase en pos de los tiranos”. Así de fácil.

En vísperas del acto, el gobierno dispuso que la Casa de la Moneda acuñara 4,348 monedas de plata conmemorativas, con un Sol en el anverso y la leyenda: “Lima libre juró su Independencia el 28 de julio”; y en el reverso, una corona de laurel, con la frase: “Bajo la protección del Ejército Libertador, mandado por San Martín”.

Por orden de San Martín, se acuñaron otras 2,171 monedas, que fueron entregadas al Ayuntamiento; en tanto que el Colegio de Abogados dispuso la adquisición de cuatro bandejas de plata y la formación de cuatro bolsas con monedas, para ser lanzadas en las cuatro plazas donde se iban a desarrollar las ceremonias.

El día señalado, tal fue la emoción que, acabadas las monedas, los encargados lanzaron también las bandejas al público.

Durante las ceremonias, el llamado Estandarte de la Libertad (o de la Patria; es decir, la primera bandera peruana) pasó de una mano a otra de las autoridades designadas. En medio del entusiasmo y de disputas por tener el honor de conducirlo, el símbolo patrio sufrió un desgarro.

Y aunque los cronistas de la época no especifican las características del daño, el hecho es que la compostura costó 16 pesos, según consta en el comprobante otorgado por el artesano José Arellano, encargado de confeccionar la bandera y las escarapelas.

A propósito, el uso de las escarapelas fue dispuesta también por el Libertador, según un oficio dirigido al Cabildo el 18 de julio, en el cual especificaba que el distintivo “deberá ser bicolor, blanca y encarnada, y precisamente las traerán puesta todos los ciudadanos”.

Mediante un decreto emitido el 21 de octubre del año anterior, el mismo San Martín había determinado sus características: “Blanco en la parte inferior, y encarnado en la parte superior”, pero se ignora si era de forma circular y con dos tiras colgantes, como las actuales.

Cabe aclarar que la proclamación de la Independencia se realizó el sábado 28 de julio, y la jura se inició el domingo 29, por parte de las instituciones, encabezadas por el Cabildo, el clero y el Colegio de Abogados; y recién el 13 de agosto, lo hizo todo el vecindario, en cada uno de los 41 barrios, agrupados en cuatro cuarteles. La jura vecinal concluyó el 1 de septiembre en el barrio noveno del cuartel primero.

En cada uno de los barrios fueron colocadas sendas actas para que juraran y firmaran todos los ciudadanos, a excepción de… “las personas que hubiesen prestado ya el juramento de que se trata, los menores de quince años, e individuos libres de la plebe”.

La noche del 28 de julio el Ayuntamiento ofreció un baile de gala que superó con creces la fama de distinción que tenía Lima, para celebrar el acontecimiento. Estuvo encabezada por San Martín, el alcalde y el gobernador de Lima, y el Conde de la Vega del Ren, lujosamente ataviados; además de caballeros uniformados luciendo sus condecoraciones, y graciosas limeñas, con elegantes trajes y espléndidas joyas.

La noche siguiente, San Martín retribuyó el gesto con una recepción no menos espléndida en los amplios salones de Palacio de Gobierno.

En los años siguientes, las Fiestas Patrias se celebraban con corridas de todos, peleas de gallo, quema de castillos de 18 a 29 metros de altura en la nochebuena del 27; retretas de bandas militares, bailes familiares y callejeros, procesiones y calles engalanadas con cadenetas y quitasueños, la mayor parte concentrada en la Plaza Mayor.

Como la primera vez, eran tres días con sus noches, durante los cuales el alma jaranera de Lima afloraba con su mayor entusiasmo y descontrolado fervor.

Cuatro días de fiesta

La cena que ofreció el Ayuntamiento para celebrar la Independencia le costó a la ciudad 2,000 pesos, incluyendo vajillas y personal de servicio. El pago se le hizo a Lorenzo Conti.

En la cita, se sirvió un ‘ponche’ que constituía una ‘bomba’, apta para pegarse una ídem de Padre y Señor mío.

El brebaje contenía “36 botellas de vino Carlón, 18 botellas de vino de ron, 18 botellas de vino de cerveza, 24 botellas de vino generoso; arroba y media de azúcar y un peso de limón”, que costó 142 pesos, según el comprobante que figura en la relación de gastos en esa fecha.

Y aunque las celebraciones oficiales culminaron la noche del 29, las fiestas familiares continuaron al igual que las célebres serenata, cumpleaños, joroba y anda vete, cuatro de los siete días de jarana ininterrumpida con que se celebraba cada cumpleaños en la vieja Lima.

José Vargas Sifuentes

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