Alfonso Bermúdez

Escribe: Alfonso Bermúdez 

SOLO 4 meses pasó Mario Vargas Llosa en la redacción de La Crónica. Tenía 15 años de edad, y una noticia que cubrió fue el muy comentado crimen en el hotel San Pablo. Sus notas aparecieron en las ediciones de enero de 1952. Lo dijo y recordó en una conferencia de la que di cuenta cuando cubría hechos "Por amor al arte", en La Crónica.La noticia la publiqué en La Crónica, pag. IV Cultural el jueves 28 de octubre de 1976.

Una idea de la forma como una serie de vivencias, hechos, personajes, fijaciones, convergieron en su famosa novela “Conversaciòn en la Catedral” dio a conocer el escritor peruano Mario Vargas Llosa en el ciclo de conferencias que sobre sus obras dicta en el Touring Automóvil Club del Perú, y que hoy concluye con el tema “Pantaleón y las visitadoras”.

El escritor que ahora ocupa la presidencia del Pen Club Internacional, inicio su disertación de casi dos horas, señalando que “Conversación en la Catedral” es su obra más ambiciosa, pero también, la que más frustración le causa por no haber podido transmitir en ella todo lo que había dentro de sí.

NOVELA POLÍTICA

Vargas Llosa definió a su “Conversación en la Catedral” como una novela política cuyo tema es la dictadura, un problema que desborda los marcos locales y se inscribe en una universalidad. Al respecto dijo “he mantenido muchos cambios en mi vida política, muchos cambios respecto a ideas, situaciones, personas, pero he mantenido continuamente, sistemáticamente, hostilidad contra la dictadura”.

El escritor aclaró que no estaba haciendo un discurso político sino que estaba tratando “un asunto eminentemente literario”. Explicó que al principio su reacción contra la dictadura fue más que intelectual, emotiva y visceral. Y pasó a explicar las razones de su actitud.

Dijo que cuando niño, el Dr. José Luis Bustamante y Rivero, un cercano pariente, era para su familia y en especial para él “una figura mítica”, y que cuando ya ocupaba la presidencia le confería a él, un niño de escasos once años, “una especie de superioridad”.

Sin embargo ese mundo de ensueños se vio trastocado, “se cortó brutalmente en 1948” por el golpe de Odría.

El “ochenio” fue determinante en su vida. Cuando empezó, el tenía 12 años de edad, cuando culminó ya era una joven de 20 años de edad. “En esos años uno decide su destino, lo que va a ser uno”, dijo para añadir que luego de su encono contra la dictadura se “sumaron razones sociales, morales e intelectuales”.

SAN MARCOS

Vargas Llosa reveló que cuando frisaba los 14 ó 15 años descubrió la política y tuvo contactos con libros – no importantes para su formación política, sino para cierta disposición. Contó que Malraux lo deslumbró porque en él “la política era aventura” y él, en ese entonces, era un amante de la aventura.

Dijo que los libros del filósofo francés, “Los conquistadores” y “La condición humana”, en especial este último, le planteaban como alternativa el Partido Comunista. Sin embargo, reveló que la obra “La noche quedó atrás” de Jan Valtin, lo conmovió porque ahí se mezclaba la aventura y la revolución” y que también ahí la alternativa era el PC. La consecuencia de esas lecturas fue una huelga por razones fútiles en el Colegio San Miguel (de Piura) donde cursaba el quinto de secundaria.

Cuando decidió ingresar a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, contra la voluntad de su familia, el escritor miraflorino lo hizo impulsado por sus inquietudes sociales. “San Marcos representaba para mí el otro Perú, el de los cholos, el de los revolucionarios, el de los rebeldes. Más emocional que intelectual, era un comunista potencial”, confiesa.

Sin embargo, Vargas Llosa dijo que San Marcos no era lo esperado, y que ya estaba por debajo de las expectativas de un muchacho que quería estudiar. En esa casa de estudios él se incorporó a la Fracción Cahuide, organización política del Partido Comunista, que realizaba sus acciones en la clandestinidad que a él le fascinaba por su deformada inclinación a la aventura.

Contó que la Fracción Cahuide actuaba en el campus universitario y que buena parte de su tiempo y su acción se dedicaba a discusiones paralizantes. Como una visión de la estrechez de sus integrantes, Vargas Llosa dijo que para ese grupo el principal enemigo no era el imperialismo ni el dictador de turno, sino “el troskismo que se reducía a cuatro personas que vigilábamos, espiábamos”, el segundo enemigo era el aprismo. En el 53 y 54 nuestros enfrentamientos físicos no fueron contra los esbirros de la dictadura, sino contra los matones del Apra”, reveló.

El otro enemigo lo encarnaba Alejandro Esparza Zañartu, Director de Gobierno de Odría, un personaje mítico. Un hombre temido por todos que, cuando lo conoció personalmente, le impresionó por su personalidad insignificante que contrastaba con la imagen que había de él en la colectividad.

A Esparza Zañurtu se asociaba un grupo de “cachascanistas” que traía Max Aguirre para presentarlos en el Luna Park, y que completaban su salario trabajando como guardaespaldas y elementos de choque del Director de Gobierno Interior de Odría. “Ellos se reunían en el bar de “El patio” de Miraflores y yo los oía embelesado, hipnotizado cuando contaban sus historias”.

LA CRÓNICA

A fines de noviembre de 1951, Vargas Llosa ingresó a trabajar como redactor de la Sección Local de La Crónica, luego pasó a la sección Policial. Tenía apenas 15 años.

“Fue una experiencia breve, pero extraordinaria. El trabajo periodístico me introdujo a un sector que desconocía hasta ese momento: el mundo de la frustración intelectual y literaria”, dijo.

Hizo hincapié que él nunca ha sido bohemio, salvo esos cuatro meses que pasó en La Crónica”.

Vargas Llosa recuerda su paso por este diario como algo insólito. Señala que le permitió descubrir la noche limeña, los prostíbulos, conocer las comisarías, rozar con el mundo del hampa”.

Él recuerda a Becerrita, el jefe de la Sección Policial, “que a veces sorprendía a los redactores con su revólver y que solo cuando uno corría asustado, reía”. Dice que era un personaje extraordinario, que como muestra de su generosidad “nos llevaba a los prostíbulos donde él era el rey”. Era temido porque una información en La Crónica significaba el cierre de una empresa prostibularia”. Cuando murió –rememora- se enteró que Becerrita había sido policía.

En la Sección Policial él vivió muchas experiencias, pero la que se le quedó grabada fue el caso del crimen del hotel San Pablo. Él cubrió el caso y quienes deseen ver la forma cómo escribía el presidente del Pen Club Internacional, cuando tenía 15 años, pueden revisar las ediciones de enero de 1952 de La Crónica.

En el periódico Vargas Llosa también conoció a personajes que se habían refugiado en el periodismo para dar rienda suelta a sus inclinaciones literarias, pero lo que habían hallado era frustración y desencanto.

Todos estos elementos, sumados a otras vivencias, experiencias íntimas, fijaciones de todo orden, daban vuelta en la cabeza de Vargas Llosa, quien siempre las había tenido en cuenta para redactar cuentos. Sin embargo, su preocupación principal era poder mostrar toda esta realidad en forma conjunta de tal forma que graficara lo que era vivir en los años del “ochenio”.

En su ayuda concurrió un hecho fortuito. Su perro fue llevado a la perrera y él fue en su búsqueda. Me encontré con un espectáculo demencial: dos zambos metían a los perros en costales y los mataban a palazos”. Salí con mi perro en los brazos y busqué una tienda cercana donde tomar una bebida, entré a un café: La Catedral, y ahí, sentado en una mesa me imaginé un diálogo “una Conversación en la Catedral entre Zavalita, el periodista, que encarna muchas frustraciones, y Ambrosio, que me lo imaginé uno de esos matones que contrataba Esparza Zañartu.

Vargas Llosa escribió su novela en forma de círculos concéntricos con una serie de conversaciones que son convocadas en el calor del diálogo.

El escritor explicó que el principio de la afinidad fue lo que determinó la disposición de los materiales en la Conversación en la Catedral”. También dijo que la buena literatura es aquella que muestra la complejidad, la relatividad que hay dentro de cada hecho humano.

Igualmente explicó que a diferencia de La Casa verde, donde quiso hacer literatura en el mejor sentido de la palabra, con “Conversación en la Catedral” por la misma naturaleza del tema, buscó que la prosa no sea una obstáculo, una presencia, como frase, como verbo. Dijo que lo que buscó fue un lenguaje estrictamente indivisible, funcional.

Dijo que tal vez por esa razón, “Conversación en la Catedral” ha sido criticada por su opacidad total en los diálogos y en las descripciones, pero anotó que tal cosa era necesaria para mostrar con verosimilitud lo que trataba.

A estas alturas volvió a referirse a su frustración y nosotros recordamos sus frases iniciales. Todo lo que puede decir sobre “Conversación en la Catedral” es apenas la punta del iceberg, algo insignificante en comparación de todo lo que hay detrás de ella.

 

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