José Vargas Sifuentes

En la historia del Perú, pocas veces se ha destacado en su real dimensión el papel que desempeñaron los morochucos en las luchas por nuestra independencia del dominio español, pese a haber sido ellos los principales artífices del triunfo final de las fuerzas libertadoras.

Ellos constituyeron la principal fuerza de apoyo a las luchas emancipadoras desde mucho antes de la llegada de la Expedición Libertadora, y se sumaron a esta cuando el general Juan Álvarez de Arenales inició su campaña por la sierra para organizar los grupos contrarios a las tropas colonialistas.

Recordemos que fue en la sierra donde el pueblo andino jamás cesó de brindar su heroica cuota de resistencia y sangre a favor de la independencia de España. De entre los grupos montoneros que se organizaron en diferentes lugares del país, fueron los morochucos lo que destacaron con nitidez y lograron la jura de la independencia de Cangallo, la primera que se formalizó en nuestro país el 9 de octubre de 1814, como lo recordamos en una crónica anterior.

Pero, ¿quiénes son los morochucos?

Diversas versiones coinciden en que son mestizos descendientes de los conquistadores almagristas, comandados por Diego de Almagro el Mozo, que se sublevaron contra el rey de España a mediados del siglo XVI, y se enfrentaron a los dirigidos por el visitador Cristóbal Vaca de Castro en la batalla de Chupas, cerca de Huamanga, el 16 de septiembre de 1542. Los sobrevivientes, huyendo de la fuerte represión realista, se instalaron en la Pampa de Cangallo, hoy provincia de Ayacucho.

Esos españoles, mezclados con los pueblos quechuas de la región, configuraron una especial y bien definida cultura, y se dedicaron a amaestrar al caballo de guerra moro o bereber traído por los españoles, se convirtieron en jinetes de la talla de los gauchos, llaneros o montubios, y se hicieron señores de las pampas peruanas.

Ese mismo caballo, aclimatado ya a la geografía de nuestro país y diestramente conducidos por los indómitos jinetes morochucos, contribuyó a vengar siglos más tarde la sangrienta afrenta de los peninsulares y lograr finalmente la independencia de nuestro país, desde mucho antes de las batallas de Junín y de Ayacucho.

Llaman la atención porque físicamente son indios serranos, pero muchos lucen tez blanca, ojos celestes, espesas barbas y cabellos claros. En su mayoría son músicos, pero todos rebeldes.

De entre ellos, en 1747, nació Basilio Auqui Huaytalla, arriero de ocupación, quien en 1814 simpatizó con la rebelión independentista de los hermanos Angulo del Cusco, y durante seis años sembró el terror entre las tropas colonialistas españolas. Al mando de sus indomables morochucos derrotó repetidas veces a las tropas realistas al mando del general José Carratalá, ‘El carnicero’.

Se unió luego a las fuerzas de Mariano Angulo y combatió en las batallas de Huanta y Matará, el 27 de enero de 1814. En 1820, acudió al llamado del general Arenales, quien había sido enviado a Huamanga por San Martín para formar guerrillas.

Su principal objetivo fue ayudar a la independencia peruana y se enroló con un grupo de morochucos destinados a hostilizar a los españoles y hacerles la vida difícil. En esa tropa de jinetes tuvo como oficiales a un hijo y siete nietos suyos, por lo cual la unidad fue conocida también como Escuadrón de los Auqui.

Conociendo muy bien su tierra natal, él y sus centauros hostigaron, acosaron y enfrentaron a los españoles, cayéndoles intempestivamente con lanzas y cocobolos, y venciéndolos también en las batallas de Piquimachay, Rucumachay, Atunhuana y Atuntocto.

Pero fue en Saqapampa donde propinó el golpe más fuerte a los realistas al causarle la muerte de un contingente militar de 400 hombres, haciéndolos caer en enormes agujeros, disimulados con malezas.

La vergonzosa derrota fue vengada salvajemente por Carratalá quien arrasó con el ‘criminalísimo’ Cangallo, como ya hemos referido.

Basilio Auqui, con sus 75 años a cuestas, siguió combatiendo y volvió a vencer a los españoles en la batalla de Sachabamba el 8 de febrero de 1822.

Tras ese enfrentamiento, estableció su cuartel general en la hacienda Cabra-Pata, en Quijillapite, donde fue traicionado por un desertor apodado Quinto, que quería ganar la recompensa que ofrecían por él.

A fines del mismo mes, Auqui y los suyos fueron capturados por 200 realistas, conducidos al cuartel de Santa Catalina, en Huamanga, y fusilados en Carmen Alto.

Antes de morir, Basilio Auqui fue obligado a presenciar la muerte de su mujer, hijos y nietos.

JOSÉ LUIS VARGAS SIFUENTES

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