José Vargas SifuentesA lo largo de su azarosa historia, la Casa de Gobierno del Perú, popularmente llamada Palacio de Gobierno, no ha sido ajena a las consecuencias de tres de los tantos terremotos que han azotado nuestra capital desde su fundación en 1535, y ha sufrido, por añadidura, los efectos de tres incendios, el último de los cuales ocurrió en vísperas de las celebraciones por el primer centenario de nuestra Independencia.

Un primer terremoto, ocurrido en Lima y Callao el 9 de julio de 1586, dejó en ruinas el palacio del entonces séptimo virrey Fernando Torres y Portugal, conde de Villardompardo y Escañuela (1585-1589). La nueva sede administrativa del virreinato, es decir, el nuevo Palacio Virreinal fue concluída durante el gobierno del noveno virrey Luis de Velasco y Castilla, marqués de Salinas del Río Pisuerga (1596-1604).

El terremoto que azotó Lima el 20 de octubre de 1687, destruyó por segunda vez el Palacio y las habitaciones del virrey, las salas de audiencia, las cajas reales y demás oficinas, por lo que debieron ser construidos ranchos en la Plaza Mayor para que allí continuasen funcionando. Dicen las crónicas que, ‘por error’, su Excelencia y toda su familia pernoctaron durante más de cuatro meses en habitaciones provisionales de caña y carrizos, construidos en la Plaza, padeciendo las mismas incomodidades que todos los vecinos particulares.

El terremoto que castigó la ciudad el 28 de octubre de 1746, cuando el mar inundó e hizo desaparecer el puerto del Callao, dejó solo tres casas en pie en toda la metrópoli. De la Casa de Gobierno solo quedaron algunos pequeños muros de quincha en pie. Su reconstrucción se inició con el trigésimo virrey José Antonio Manso de Velasco, conde de Superunda (1745-1761).

Las tragedias sufridas por el histórico solar -crímenes y golpes de Estado aparte- aumentaron con tres incendios de importancia ocurridos en sus casi cinco siglos de existencia.

Por la época en que Lima daba sus primeros pasos como capital del Perú independizado, estallaron dos incendios famosos, recordados por nuestro historiador Jorge Basadre.

El primero ocurrió la noche del 25 de junio de 1825, oportunidad en que se quemaron los archivos y destruyeron los documentos de la secretaría del virrey, así como los ejemplares de la real cédula de 1802 sobre la provincia de Maynas. Ese incendio, según el citado historiador, “tiene extraña relación” con el ocurrido el 6 de diciembre de 1884, en el lado izquierdo y edificios adyacentes a Palacio. En este caso, se perdió casi por completo el antiguo archivo del Tribunal Mayor de Cuentas, que databa de la segunda mitad del siglo XVI.

El siniestro se inició en uno de los llamados Cajones de Ribera. Gobernaba entonces el general Miguel Iglesias, cuya administración decidió darle al edificio la dignidad y prestancia que debía tener como sede del gobierno. Empezó ordenando el desalojo de los comerciantes que lo rodeaban y la construcción de una nueva fachada en cada uno de sus lados.

Por último, el 3 de julio de 1921, en vísperas de la celebración del primer centenario de nuestra independencia, se declaró un nuevo y más voraz incendio que ocasionó serios daños materiales en la sede gubernamental. El siniestro tuvo lugar pasadas las tres de la tarde, luego de que el presidente Augusto B. Leguía cumpliera con sus obligaciones y acudiera al hipódromo, a presenciar las carreras de caballos, como solía hacerlo todos los domingos.

En esa oportunidad desaparecieron bajo las llamas el despacho del Jefe del Estado, las oficinas de su Secretaría, los salones Dorado y de Castilla, así como los retratos de la galería de presidentes y mariscales, y el viejo solio de los virreyes.

Leguía inició posteriormente la transformación del inmueble levantando una elegante fachada de piedra en la que se mantuvo la Puerta de Honor, y que se conservó en la nueva edificación, y dos semanas después mandó levantar el Salón Dorado, con motivos indigenistas y contemporáneos.

En apenas quince días se tuvo que improvisar una fachada hacia la Plaza de Armas (así llamada entonces), y un gran salón de recepciones, que fue utilizado hasta 1924, cuando, con motivo de la celebración del centenario de la Batalla de Ayacucho, fue edificado en la parte destruida por el incendio -en escombros aún- otro inmenso salón, elegantemente decorado.

A raíz de este último incendio, el presidente Leguía rescató un viejo proyecto de reconstrucción del edificio y dio inicio a la historia ya conocida.

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