¿Realmente tenemos el control?
Netflix nos sorprendió antes de que termine el 2018 con Black Mirror: Bandersnatch, una película que, de alguna manera, anuncia lo que podría ser el nuevo lenguaje audiovisual, un formato distinto, en el que el espectador “decide” lo que hará el protagonista, convirtiéndose así en parte de la trama (o sintiendo que lo es).
La historia, ambientada en 1984, nos muestra a Stefan, un chico introvertido y obsesionado con el mundo de los videojuegos, que se inspira en una novela de ficción para crear un juego interactivo en el que el jugador tiene diez segundos para tomar cada decisión. Mientras la trama se desarrolla, en varios momentos aparecen en la pantalla dos opciones para elegir, desde cosas simples como qué cereal comer en el desayuno, hasta si asesina o no a una persona y es así cómo el espectador termina “jugando” la película.
Las combinaciones son muchísimas y se supone que, según las decisiones que se vayan tomando en el camino, se llegará a un desenlace diferente. Hay cinco finales, además, de un ‘sexto final secreto’ que, según dicen, es casi imposible desbloquear. Por lo tanto, los espectadores la ven, por lo menos, tres veces, si es que no se quedan pegados viéndola una y otra vez, probando todas las opciones posibles.
La pregunta es ¿de verdad el usuario tiene el control? Por supuesto que no. Nos hacen creer que lo tenemos, que somos nosotros los que decidimos qué es lo que va a pasar, como lo hace la televisión cuando dice “porque tú lo has pedido”, como hacen los políticos cuando manejan las cosas para que parezca que son nuestra voz. Lo cierto es que, como en todo, el guion ya está escrito y que, con algunas variables, las cosas van por donde los realizadores quieren que vayan: si eliges las respuestas que te lleven por un camino corto, vas a tener que “regresar”, como un efecto mariposa, pero no para tener una nueva oportunidad de hacer las cosas a tu manera, sino para ir por la senda que los guionistas ya tienen marcada.
Pero hay una crítica al sistema, como en todos los episodios de Black Mirror, a cual más perturbador. Una alerta a cómo estamos permitiendo que las pantallas de cualquier tipo controlen nuestras vidas. Y eso que esta vez no se hace referencia a las redes sociales (porque la historia sucede en los 80), sino que pone el énfasis en los videojuegos, en muchos de los cuales matar, atropellar, golpear, son opciones “normales”, que los jugadores toman, no para ganar o sobrevivir, sino, muchas veces por simple morbo, porque tienen el control en sus manos y les da placer usarlo de esa manera.
¿Qué opción toma cada uno y por qué a lo largo de esta película? Es una pregunta que hay que hacerse, porque su respuesta explicará muchas cosas que tienen que ver con el tipo de televisión de consumimos y por qué determinados programas que todos critican tienen más rating que aquellos que todos elogian, pero que no ven.
Desde su estreno a nivel mundial, Black Mirror: Bandersnatch, ha tenido millones de reproducciones y, a estas alturas, hasta ha salido un estudio que asegura que cada camino elegido de la narrativa puede revelar mucho sobre la personalidad de quien aprieta el botón.
Si todavía no la han visto/jugado, háganlo, pero después de hacerlo piensen en por qué tomaron cada decisión. Verán que nada es casualidad.


¡VERGÜENZA AJENA!
MONOPOLIO O INEPTITUD
VIVIENDA DE INCENTIVO
VIAJAN CON LA NUESTRA
FUNCIONARIA ENGREIDA 
Qué tipo increíble era el trovador argentino Facundo Cabral. Lo conocí de varias entrevistas en Lima y luego lo vi en Ciudad de México. Cuando fue asesinado en Guatemala en julio del 2011, estaba a punto de sufrir una de sus peores decepciones: el proyecto a través del cual sería llevada su vida al cine, terminó convertido en el libreto judicial. Cabral nos dejó un puñado de canciones hermosas y tiernas que hoy son himnos de un hombre que desde su nacimiento experimentó las más grandes miserias del ser humano: la tragedia, el dolor, el odio y el rencor; sin embargo, se dejó transformar por la vida en un artista extraordinario, que terminó inspirando a millones de personas de todas las latitudes (E.J.)
¿Se acuerdan de las Martuchas de Fujimori en los noventa? Sí, esa trinidad conformada por mujeres fujimoristas cuya característica más saltante era su cerril incondicionalidad hacia el dictador hoy preso, tanta que, cada vez que abrían la boca, nos hacían escarapelar el cuerpo, el alma y hasta el yo energético de tan alucinantes argumentos que esgrimían para defender lo indefendible: que aquello era una dictadura, que a su amparo se cometían crímenes horrendos y que había una asociación siniestra entre el tipo que detentaba el título de presidente y un personaje en la sombra llamado Vladimiro Montesinos.
Está prácticamente probado que mientras no baje la fiebre de la ‘encuestitis’ en el presidente Martín Vizcarra, solo podemos verlo confundido entre sus mandatos de jefe de Gobierno y jefe del Estado. No sabemos muchas veces ante quién estamos realmente.