Mi viejo molle
Ahí está el molle, el viejo molle. Solemne como era, aunque el tiempo hizo lo suyo convirtiendo sus hojas en sombras que apenas se mueven con el viento. Lo recuerdo frondoso, lleno de vida, siempre verde, llueva o haga sol, qué importa. Había llegado a casa con el abuelo de mamá, que era arzobispo de Huamanga, una tarde a fines del s XIX. Él plantó la semilla en el centro del patio de la casa en Soras, entre la cocina que miraba hacia el norte y mi dormitorio, cuya ventana apuntaba hacia el sur.