EL SUPREMO AUGUSTO ROA
Fue casi el mediodía de ese 11 de noviembre del 2000 cuando estuve -casi una hora- frente a una de las luminarias más grandes de nuestra literatura: don Augusto Roa Bastos (Asunción 1917-2007). Había alargado sus horas de sueño porque hasta altas horas de esa madrugada había ido a saludar al arquero Chilavert en la concentración del seleccionado guaraní. Por eso cuando nos abrió la puerta en pijama y pantuflas y algo despeinado, de arranque nos recibió con un supremo humor: “Me disculparán que los reciba así pero déjenme ponerme un saco, peinarme de paso para salir bonito aunque mantendré mis pantuflas porque en las fotos casi nunca salen los pies”.