La pausa decisiva
Es clarísimo que el debate sobre la cuestión de confianza generó más ruido que nueces. Que el statu quo sobreviviente hiere igual a quienes abrigaban la expectativa del cierre del Congreso como a quienes defendían el choque frontal contra el Ejecutivo. Los primeros repudian ahora al Gobierno y los segundos a los bravucones que padecieron un súbito rayo de ponderación. Hay más derrotas que triunfos en esta tragicomedia política.


Los presidentes recién instalados en el poder sienten por lo general la inercia de la campaña electoral y viven sus primeros días de gobernantes extrañando el olor a multitud y aún saboreando el mayoritario voto ciudadano que los llevó a la victoria.
El Perú, donde existió el imperio de una milenaria raza combativa, laboriosa y extraordinariamente ingeniosa, hoy sufre los embates de una profunda crisis moral con pérdida de valores. Próximos a conmemorar el Bicentenario de su Independencia, los peruanos continúan atrapados en una telaraña de corrupción, inseguridad y precariedad política.
Cuánta falta nos hace el historiador Pablo Macera. Fue, por mucho tiempo, el oráculo que nos permitía comprender mejor lo que ocurría en el Perú. Sobre todo, en los violentos años del terrorismo. No es que haya muerto. Simplemente optó por el silencio. No desea hablar. Nunca más quiso hablar después que le cayera un huaico de insultos de todo calibre de aquellos que se sienten con derecho a insultar. Y todo por haber sido elegido congresista en las filas del fujimorismo.
Mahatma Gandhi, líder anticolonialista y pacifista indio, decía que aquellas personas que no están dispuestas a pequeñas reformas, no estarán nunca en las filas de los hombres que apuestan a cambios trascendentales. A las puertas del bicentenario seguimos siendo en esencia una República sin ciudadanos y, por ende requerimos nuevas reformas que faciliten el ejercicio de nuestros derechos en democracia, a fin de ser representados por gente capaz y sobre todo decente.