Author: César Campos Rodríguez
Periodista y analista político
Bajo la certeza de que la muerte –sea como se haya producido– no altera las características esenciales de una persona ni el juicio público que ellas deben merecer, la del dos veces presidente constitucional del Perú, Alan García Pérez, detonó esta semana el universo de admiración, complacencia, respaldo, crítica, repudio y odio que siempre suscitó, a niveles comprensibles pero también nauseabundos.
Mi testimonio sobre Alan –a quien ciertamente conocí y fui su colaborador en Palacio de Gobierno entre 1987 y 1989– lo desplazaré a otro espacio más amplio. El balance resulta positivo porque jamás dejé de valorar su poderosa inteligencia y cultura, aparte de observar gestos humanos de su parte que me conmovieron y sobre los que, pese a mi condición de periodista, nunca me pidió darle trascendencia.